Por Francisco Javier Merino Ganador de la X edición Excelencia Literaria

Una variante de la gripe está poniendo en jaque a la población mundial. Si bien es cierto que el coronavirus se extiende rápidamente, no hay motivos para otorgarle una popularidad mediática distinta a la de cualquier otro contagio. Ni el número de pacientes es superior al provocado por cualquiera de los tipos de gripe conocidos, ni su tasa de mortalidad lo convierte, por ahora, en alarmante.

En unos meses el coronavirus pasará a un segundo plano, como acaba de hacerlo el ébola (que sí es una enfermedad mortal de necesidad), pero sus efectos socioeconómicos amenazan con permanecer durante un prolongado período de tiempo. Y es que el síntoma más preocupante del coronavirus no es ni la fiebre ni las insuficiencias respiratorias, sino el pánico que ha provocado en la economía. Desplomes en los mercados, grandes eventos suspendidos... Seguramente sea mayor el número de personas que sufren a causa de los efectos indirectos de esta enfermedad que por el proceso vírico en sí.

En esta situación no hay nada novedoso. Ni en el coronavirus, ni en el pánico. Vivimos atenazados por el miedo: pánico a salir de una zona de bienestar, a innovar, al compromiso...

Mi infancia también estuvo marcada, en parte, por el pánico. Pánico a conocer gente más allá de mi círculo íntimo, a viajar al extranjero, a dar mi opinión en público... Sin embargo, en estos últimos años he aprendido que gran parte del proceso de maduración no se encuentra en ganar responsabilidades e independencia, sino en perder el miedo. Salir de la zona de confort, estudiar en Italia, conocer a gente de todo el mundo, decir lo que uno piensa... Solo liberándonos del pánico que nos ata, podemos volar.

Quizás resulte extraño la comparación entre el pánico al coronavirus y el pánico a desarrollarnos como personas. Puede que este último no se cobre vidas, pero mata nuestras posibilidades de disfrutar de una existencia plena. En una sociedad con tendencia creciente a buscar lo seguro, tenemos que ser conscientes de que el pánico mata.