El saludo de Iglesias a Felipe VI y el traje morado de Montero

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13 oct 2020 / 08:39 h - Actualizado: 13 oct 2020 / 08:48 h.
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Hace muchos años, aprendí que hay personas que del descuido, del esperpento o del ridículo, hacen un estilo. Es decir, existen personas que se visten mal o parecen un mamarracho porque es eso lo que quieren mostrar de sí mismos al resto.

Un punki quiere mostrar un aspecto determinado para mostrar su rechazo al sistema; un pijo hace lo mismo buscando el efecto contrario. Cuidado porque los hay guarros porque son guarros y tampoco hay que ver en todo aspecto al búsqueda de una reivindicación o de una llamada de atención.

Pablo Iglesias lleva moño, no usa corbata habitualmente y presenta un aspecto bastante desarrapado hasta cuando se pone un esmoquin. Y no lo hace porque le guste tener esas pintas; lo hace porque él cree que así debe vestir para alegrar la vista a sus seguidores. Su esposa viste de morado el Día de la Hispanidad buscando notoriedad la jornada que se va a ver con la reina de España y para que nadie piense que está en ese acto por gusto. No, ellos quieren que todo el mundo sepa que van obligados y que eso no les va a cambiar en la vida su modo de ser.

Sin embargo, van. Y saludan. Y disfrutan siendo parte del festival, de eso que tantas veces han criticado. El cinismo de Iglesias y de Montero es monumental, pero llega un momento en que ya no cuela. Están porque forman parte del espectáculo, porque viven de esto y se están preparando un futuro que sus votantes no disfrutarán con ellos.

Estos políticos que viven tan arrimados a la inmediatez del tuit, de la imagen impactante o de la frase copiada de un manual; pero tan lejos de la verdad; saben que lo que gusta entre sus votantes es una fotografía que puedan compartir o un titular con el que se pueda polemizar. Y se lo dan cada día. Pero, en realidad, son eso, personas que bajan la cabeza ante los reyes (aunque sea levemente) para seguir cobrando una pasta. En realidad claudican y clavan la rodilla ante el poder porque quieren quedarse en esa cara del mundo que tanto despreciaban hace unos años.

Son peleles con dinero a los que cientos de personas reclamaron su dimisión al finalizar el acto.