El vendedor de pañuelos quiere ser juez

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Álvaro Romero @aromerobernal1
17 oct 2019 / 08:01 h - Actualizado: 17 oct 2019 / 08:05 h.
"Viéndolas venir"
  • El vendedor de pañuelos quiere ser juez

Tiene 42 años, una sonrisa inagotable y el sueño de convertirse en juez de este país, nuestro y suyo, que le acaba de conceder la nacionalidad española, esa rara condición por la que todo cambia en su vida aunque él, Howard Jackson, siga siendo el mismo, el de siempre, el negro que vende pañuelos en el semáforo de Plaza de Armas, el hombre de color, como lo llaman algunas señoras a las que el pudor alimentado en otra época no puede tachársele de racismo, el africano que huyó del horror en su país, Liberia, y que se ganó a pulso, a golpe de disfraz y de sonrisa, ser aceptado en Sevilla como uno de los nuestros.

Matriculado en la UNED para estudiar una carrera a distancia, Howard lleva aprobada como una cuarta parte de los créditos totales, y a veces se avergüenza cuando le preguntan, porque seguramente no sabe que muchos estudiantes sevillanos que no tienen que echar doce o catorce horas vendiendo pañuelitos en un semáforo, sino solo la mitad entre la facultad y el estudio en casa también llevan una cuarta parte de las asignaturas aprobadas después de ellos sabrán -o no- cuánto tiempo. Es curiosa la vergüenza de quien debería sentir orgullo, pero este tipo de relaciones sentimentales suelen sufrir una disposición inversamente proporcional, es decir, que, a mayor motivo para sentir vergüenza, más orgullo injustificado, y al revés.

El caso es que aquel joven que podía haber muerto de un disparo en la cabeza cuando huyó de su país, se hizo un sitio en las encrucijadas de Sevilla, todo lo cual, contado de un chaval del otro lado del mundo y de una ciudad de la que partió el primer hombre que dio la vuelta al mundo, no deja de ser una brillante metáfora de lo que supone la voluntad en esta urbe tan estratégica en el fondo...

Las universidades y los institutos deberían pasear a Howard Jackson por sus clases como una verdadera estrella, como el ejemplo perfecto de superación, como el espécimen que representa a la perfección que el mundo y la vida no son perfectos, y que a veces hay gente capaz de rebelarse contra su destino aunque para ello tenga que empezar vendiendo lo que sea en los semáforos. Ojalá este negro abandone el semáforo más pronto que tarde y termine convertido en uno de esos jueces que imparten justicia no porque hayan estudiado mucho, sino porque la vida fue justa con ellos, a pesar de tanto.