La Virgen de la Caridad era el centro indiscutible de ese acto íntimo que ya se ha convertido en una hermosa costumbre. La imagen brillaba con ese inconfundible esplendor regionalista extendiendo su manto a las gentes de las sedas y los oros. La familia del toro, convocada por la cofradía del Miércoles Santo, había vuelto a congregarse en torno a la mesa del altar para dar gracias por el buen fin de la temporada que quedó atrás y pedir por los hombres de luces que ya caminan cerca del único Maestro. Alfonso Ordóñez, José María Susoni, Tomás Campuzano, Rafael Torres, Pepe Moral, Oliva Soto, Enrique Peña, Fernando Sampedro, Santi Acevedo o Curro Durán integraban una lista que se completaba con aficionados, periodistas y taurinos que reforzaban la intensa y secular relación de la hermandad del Arenal con el gremio de coleta.
En una hornacina lateral del templo se da culto a una imagen de San José que regaló el mismísimo Pepe Hillo, ese diestro de la prehistoria del toreo que rezaba en la capillita de la Piedad en las tarde de toros de finales del siglo XVIII. El antiguo humilladero que recordaba la tremenda peste del siglo XVII –y dio origen a la actual capilla en la misma centuria– ya existía cuando comenzaron a construirse en aquel cerro de escombros llamado Malbaratillo los primeros tendidos de la plaza de la Maestranza. La relación no se ha interrumpido desde entonces y se renueva cada año.