Pasa la vida

España se jugaba sufrir 10 años el virus de la ruina y se informaba más sobre si habría o no procesiones

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Juan Luis Pavón juanluispavon1
14 mar 2020 / 16:38 h - Actualizado: 14 mar 2020 / 16:40 h.
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  • España se jugaba sufrir 10 años el virus de la ruina y se informaba más sobre si habría o no procesiones

No tenga miedo al miedo. Usted también puede acrecentar su autoestima formando parte de la cadena humana que en España, todos a una, acelere la contención y superación de la epidemia de coronavirus, que, con toda seguridad, se atajará. El coronavirus ni es ni será la principal causa de mortalidad. Ni por asomo. Ayer, hoy, mañana, y elija cualquier fecha venidera, de lo que más se va a morir en España es de cardiopatías, de tumores, de enfermedades respiratorias. Otros ejemplos: El tabaco o la contaminación matan muchísimo más que el coronavirus. Ayer, hoy y mañana. Asimile y razone cuanto antes que están justificadas las excepcionales restricciones para minimizar su contagio. Porque es crucial proteger al sistema sanitario para que no colapse y pueda seguir cuidando, sanando o paliando a los enfermos de todas las demás patologías a la vez que afronta una temporal avalancha de otras personas a las que atender y con las que evitar ser correa de transmisión de un virus nuevo que, obviamente, como sucede con la gripe, perjudica más a quienes tienen debilitado su organismo, esté o no hospitalizado.

Este fin de semana caracterizado por la cívica y sana encomienda de quedarse en casa no solo ha de servir de general concienciación, por desgracia con dos meses de retraso, para comprender con madurez la realidad y las características de este 'efecto dominó' sanitario donde cada uno de nosotros podemos ser una ficha que lo evite o que lo impulse. A la voz de ya, toda España tiene que entender cuál es el mayor riesgo al que nos enfrentamos de inmediato y a largo plazo: una descomunal crisis de nuestra dimensión empresarial y laboral. Con el tremendo frenazo de la actividad productiva y comercial a lo largo de 2020, por oleadas: primero con el parón de China, ahora con la suma del nuestro y de otros grandes países europeos, y a continuación bloqueará a Estados Unidos y al conjunto del continente americano. Y España, por haber perdido el tiempo en los últimos seis años, enredándose en trasnochados enconos identitarios o ideológicos, cometiendo una vez más en nuestra Historia durante los periodos de bonanza el error de jugar a ser cigarra y no hormiga, puede sufrir mucho más que otras naciones el impacto de este cortocircuito global.

Ahora no solo es el momento del civismo y el patriotismo en clave sanitaria. La emergencia es tanto médica como económica. Las decisiones sin precedentes han de ser simultáneamente tanto las sanitarias como las fiscales, financieras, tributarias, laborales... Y a pesar de tener muy cerca un espejo diáfano como Italia y sus errores para habernos anticipado drásticamente a todos los efectos colaterales que causa no poner celérico coto al descubrimiento del primer foco importante de contagio, en España se ha decretado con mucho retraso el estado de alarma y es todavía más alarmante la endeblez de las medidas económicas para ayudar a la supervivencia de las empresas y de los empleos. Las que ya ha anunciado el Gobierno alemán, donde aún es mínima la afectación por coronavirus, para garantizar crédito ilimitado a todas las empresas, son enormemente más impactantes y trascendentes. Urge un cambio de chip para que España no vuelva a desangrarse por pusilanimidad o por incompetencia. Porque en el estallido de la colosal burbuja financiera de 2008, a la mayoría de los españoles les fue mucho peor que al conjunto de los europeos debido a que en nuestro país se había estimulado sin recato el endeudamiento temerario y el 'milagro económico' de hipotecarse para toda la vida, pese a que era evidente su cariz insostenible.

Los sectores más avanzados del tejido empresarial y profesional de España han protagonizado entre 2009 y 2019 un logro extraordinario: incrementar de tal manera su actividad internacional y su generación de ingresos en el exterior, ya sea comercializando fuera mercancías, servicios y cualificación, que ha invertido la tradicional rémora de ser un país más importador que exportador. En ese periodo, el balance ha sido positivo, sin precedentes en nuestra historia económica, reduciendo la excesiva dependencia al estado coyuntural del consumo interno. Pero el sistema socioeconómico y laboral español aún tiene muchas debilidades cronificadas: El 92% de las 3.300.000 empresas tiene menos de cinco trabajadores. En el plano laboral, el 40,8% de los empleos son precarios. El 26% de las personas con trabajo solo lo tiene de tipo temporal. Y el 42% de los contratos temporales son de duración inferior a un mes. El porcentaje de población desempleada es el doble que en el conjunto de la Unión Europea. El 80% de las personas en situación de pobreza ya lo eran cuando nacieron. Dos millones y medio de compatriotas sobreviven en niveles de marginalidad, un tercio de los niños en España sufre la pobreza de sus familias. Cuando la economía internacional sufre de modo general cualquier tipo de coyuntura adversa, en España los perjuicios son más graves porque hay mayor porcentaje de población que de continuo está colgada de la brocha incluso cuando se propaga oficialmente que todo va bien.

Causará asombro y estupor, cuando se analice dentro de unos meses la cobertura informativa de los medios de comunicación españoles sobre esta crisis, en clave global, nacional, regional o local, durante el mes de febrero y primeros diez días de marzo de 2020, periodo en el que el coronavirus y todas sus incidencias extrasanitarias ya copaban abrumadoramente la apertura y el porcentaje de noticias en televisiones, radios, periódicos y agencias, que se dedicara más tiempo y más prioridad a informar sobre si habría o no procesiones en Semana Santa, y prácticamente nada de atención a todos los factores de riesgo que se cernían sobre el conjunto de los sectores económicos y de población para mantener actividad, empleo y prestaciones sociales si por grandes áreas del planeta, y en especial Europa, se encadenaban confinamientos y paralizaciones de producción y movilidad de dos meses como los de China. La mayor parte de empresas, pymes y autónomos carecen de medios para aguantar dos meses de gastos sin ingresos o irrisorios.

En ciudades como Sevilla, pero no es la única porque desde el centralismo mediático madrileño se perpetra semejante culto a la ignorancia, ha habido tal involución en los criterios informativos durante los últimos quince años que hemos retrocedido a los tópicos de la España del siglo pasado para seguir conformando la opinión pública otorgándole a las fiestas tradicionales más relevantes la vitola de motor económico de esas ciudades. Y no es verdad. Ni de lejos. Semana Santa y Feria ya no son desde hace mucho tiempo la cita que concentre la afluencia foránea a Sevilla. Casi todo el movimiento económico que acontece en ambas fiestas son transacciones entre sevillanos. En Sevilla, octubre es el mes con más entradas y salidas de pasajeros en el Aeropuerto. En Sevilla, cualquiera de estos seis polos: el Parque Científico y Tecnológico Cartuja, las factorías de Airbus más Aerópolis, el Puerto como cabecera de la red logística, la concentración de empresas de servicios avanzados con oficinas en Nervión, el área industrial que une Torreblanca y Alcalá de Guadaíra o el Polígono La Isla tienen por sí solo mucha más relevancia cuantitativa y cualitativa que la dimensión económica atribuida a las sensacionales fiestas primaverales.

Ahora toca centrarse en ir todos a una para contribuir a que la madurez se imponga como mejor vacuna en este desafío de ciudadanía y de país. Todos tenemos que respaldar a los servidores públicos (sanitarios, policías, militares,...). Todos hemos de favorecer la asistencia a las personas más desfavorecidas. Todos debemos inculcar a niños y adolescentes sus obligaciones y responsabilidades en periodo lectivo y cuántas lecciones de vida han de aprender en esta experiencia colectiva. Y ya habrá tiempo de abundar en la mediocridad de la clase política. Y en cómo erradicar la pertinaz y nefasta anomalía periodística que equivocadamente otorga al consumo durante unos días de fiesta la prerrogativa de representar a lo que verdaderamente da de comer todo el año, eclipsando toda la realidad socioeconómica, empresarial y profesional que está en riesgo.