Esperándote, Covid mío

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16 feb 2022 / 18:50 h - Actualizado: 16 feb 2022 / 18:54 h.
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  • Esperándote, Covid mío

Rápido, rápido. No vaya a ser que lo tenga o esté a punto de pillarlo y me diga yo: ¿para qué diantres escribo este artículo? Y es que más de uno o una, estará pensando que estoy como una cabra. En todo caso perdónenme que con esta ocurrencia mía, añada un toque de humor a esta pandemia tan terrible que tantas vidas se ha llevado (incluida la de mi madre), cuando parece que el virus está viviendo sus momentos más bajos.

No es que quiera coger el bicho, lo que ocurre es que empiezo a sentirme raro por no contagiarme todavía. Es como desear sacrificarse para formar parte de esta normalidad infectada. Lo malo es que, con o sin mascarilla ante este dragón de varias cabezas, sigo siendo un contorsionista evitando sus llamaradas de fuego.

No, no es que grite con la camisa desbotonada “¡a mí la Covid!”. Simplemente soy parte de esa fracción o incidencia acumulada en la que una línea débil separa dos partes: un denominador de cien mil individuos candidatos a la infección (del que formo parte yo también) y un numerador de gente ya enferma respirando el aire libre del virus. De esta guisa veo con envidia a estos vecinos malitos del piso de arriba, que indican riesgos y normalidades cada catorce días.

Si es que me veo en mi celda solo y aislado, sin olfato, sin gusto, suministrándome mi familia los manjares diarios por una ventanilla de convento de clausura ocasional. Eso y en todo momento, con el termómetro y los paracetamoles en la mesita de noche pensando si voy a salir victorioso de esta tesitura. O atormentándome móvil en mano con las palabras del filosofo Byung-Chul Han cuando, refiriéndose al cacharro, dice que “la hipercomunicación hace más honda la soledad, porque hace más falta la presencia del otro”.

A pesar de todo me puedo considerar afortunado, cuando enferme, por estar inoculado con toda la pauta completa . Sin embargo, recuerdo que mucha gente no ha podido acceder todavía a los viales por mera desigualdad en la distribución de las vacunas, y que los países con más renta superan en vacunación a los que tienen menos. Y ahí tienen África, en la que apenas se ha vacunado el 17% de la población.

Porque África, también especialista en otros virus y enfermedades, seguirá mandando más mensajeros enfermos a todos los rincones del orbe. Ya podría la OMS acelerar la producción local de vacunas y no dejarlo todo en manos de la solidaridad global. Solidaridad hipócrita al fin y al cabo para que la economía global siguiera funcionando y, cómo no, los conflictos.

Y sigo por las nubes. Ya saben que para más inri de sustos estos últimos años, Rusia y los aliados occidentales están midiendo sus contingentes militares “más de andar por casa” , cerca de la frontera con Ucrania. Espero que todos los soldados, los pfizers/modernas contra los sputniks, tengan sus preceptivos tests de antígenos negativos. Y anhelo de corazón que todo sea un “postureo” cuando escribo estas líneas. Porque si esta amenaza mundial se evita o se relega para otra ocasión, tendremos que seguir acostumbrándonos a los daños colaterales de contagios y muertos a causa de la Covid 19. Y si hay una guerra de verdad (ya saben la de los hongos gordos) recelen de que quede alguien en pie. Eso sí, habremos vencido (o no) definitivamente al virus y otras retahílas del alfabeto griego. Pero si les digo la verdad, me importa más la sequía y el precio de la luz en mi tierra.

No, repito: no quiero contagiarme. Pero si ya debería estarlo (de forma leve, eh). Me pregunto si me voy a quedar fuera del círculo de los familiares y de otras comunidades que ya se han contagiado. Mientras, tengo esa especie de estrés del que espera una prueba diagnóstica complicada para confirmar una enfermedad o del que no ve los días para que llegue su operación quirúrgica programada, y acabe de una vez la tensión consecuente.

Tenemos algunos de ustedes, como yo, ese raro privilegio de no apropiarnos del virus aún, y de formar parte de esa estadística secundaria de población inmune con un “as” en el bolsillo. También me acuerdo de los que siguen sin controlar sus miedos y de la fatiga pandémica. ¿Me escaparé de todo esto? ¿Seguiré almacenando tests de antígenos o perfeccionando mi técnica de prospección nasal?

Y así me encuentro como uno de los protagonistas de la obra teatral del absurdo, Esperando a Godot, de Samuel Beckett. Podría ser Vladimir o Estragón esperando a ese, en este caso al microorganismo, que nunca llega “pero que mañana seguro que sí”. Por otro lado, sería muy negacionista por mi parte pensar en el virus como el que “ni está ni se le espera”.

Sigo detrás tuya, Covid mío, aunque muchos quieren que pases de moda (tu pulso es fuerte todavía). Pero me gustaría hacerlo de una forma exquisita y no que vinieses de un bufo cualquiera. No sé tal vez haciendo el amor, besando, hablando por un teléfono sucio con mi amada o a causa de una reunión familiar en un chalecito con naranjos haciendo música. Qué importante la música para la salud porque hasta en el pulso y en las arritmias hay bemoles, corcheas o tresillos.

Sí, reitero mis excusas por si alguien se pueda ofender por mi ligereza en este asunto del virus pero es hora ya de enterrar tanta desgracia y seguir sobreviviendo. Afortunadamente están las citadas vacunas y una mesnada de sanitarios que cuidan de usted y de mí, aunque algunos se empeñen en cargarse lo público. Y si no ahí tienen al amigo Resines y a los otros ochenta que salieron recientemente de la UCI del Marañón gracias a los cuidados públicos.

Finalmente ¿Qué me dicen si cambiara la letra del chikiliquatre y refiriéndome a los contagios dijera así?: “lo pilla José Luis/lo coge bien suave/lo pilla Mariano/mi amor ya tu sabes/lo pillan los brother, lo coge mi hermano/lo baila mi mulato con el calzoncillo en la mano...”

Rían mientras puedan, es lo que queda.