Esperanzas

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16 mar 2023 / 05:06 h - Actualizado: 16 mar 2023 / 05:07 h.
"Cuaresma 2023"
  • Esperanzas

Semana de Septenario en Sevilla y en Triana. En la paradoja eterna de una Ciudad dueña de sí misma, rica y variada en sus formas. Las diferencias siempre se discuten en casa, y si alguien de fuera viene a inspirarse en cierta rivalidad, que no se confunda. Somos distintos pero conscientes de nuestra unidad y en extremo celosos de nuestra sevillanía...

Semana de Septenarios en la dualidad más extendida de las devociones urbanas, esa que se conjuga con los barrios que identifican los dos nombres más universales de nuestra Madre. Podría escribir Esperanza, pero yo soy de los que prefiere escribir Esperanzas.

Semana que conduce al domingo de laetare: al oasis en medio del desierto cuaresmal, al alivio que rebaja del rigor penitencial, al domingo del gozo contenido porque se vislumbra la promesa de Salvación que todo lo ilumina. Así es en la liturgia de la Iglesia universal: domingo de rosáceo en las casullas y ornamentos sacros para recordar que todo sacrificio y dolor se resolverá en la Redención de la humanidad. Pero este cuarto domingo de Cuaresma tiene entre nosotros un sentido propio, porque se asocia a una “segunda festividad” de las dos grandes Esperanzas. Y me pregunto si se podría traducir ese “laetare” latino -que significa gozo y alegría- de una manera más precisa a cómo se hace en Sevilla. ¿No es prodigioso el aire de fiesta que se respira en los dos arrabales históricos, y que recuerda las mañanas de Viernes Santo? No habrá mejor laetare del cuarto domingo sevillano de Cuaresma que el de esas dos funciones principales en honor de la Santísima Virgen, en la Basílica anexa a San Gil y en la vieja parroquia de Santa Ana, desde donde se extiende por toda la traza urbana el color verde Esperanza.

No me imagino mi vida, ni de la de miles de almas creyentes como la mía, sin ese asidero que es la Santísima Virgen, que se manifiesta y representa en infinidad de advocaciones, pero que en este domingo nos lanza simbólicamente un ancla y un salvavidas. Celebramos de nuevo su Esperanza (ya la celebramos en diciembre, y también en San Roque, la Trinidad, San Martín, en la calle Castilla y en un largo etcétera), pero esta vez estamos en pleno camino hacia la Semana Santa. ¡Necesitamos tantas veces agarrarnos a Ella!

En Sevilla no hay Imagen mariana que no sea querida y venerada. Multiplicadas sus advocaciones por doquier, siempre habrá una cofradía o hermandad que haga brillar un determinado perfil, un rostro doloroso o gozoso, una forma singular de manifestarla y de presentarla en los cultos. Y siempre habrá un número de hermanos y devotos que se identifiquen con la Imagen y la tomen como propia. Pero luego están las grandes advocaciones de la Esperanza.

Del corazón de un pequeño barrio al norte de la muralla nació la hermandad de la Sentencia y Esperanza allá por 1595. Durante siglos fue una más, que hacía estación en la Madrugada del Viernes Santo, que se nutría de los hortelanos y negociantes de la calle Feria, humilde en su patrimonio y recursos. Hasta que su Virgen, de belleza única, fue asumiendo un protagonismo especial como símbolo del marianismo de toda la Ciudad. Desde finales del XIX su devoción claramente explosionó, y ya con la llegada de la “revolución” artística juanmanuelina se rompieron todos los moldes de la sevillanía desde San Gil y la “anchalaferia”. La cara de la Virgen Macarena traspasó las fronteras locales, regionales y nacionales. Hoy medio mundo tiene hermandades filiales y en América es devoción consolidada. Porque fue la Niña Bendita de San Gil -la que dice el poeta que cumple por abril los 19 años- la que hizo grande a la hermandad macarena. Luego, su cofradía modeló una forma alegre y popular de procesionar, intuyéndose que el gozo de la Resurrección había que celebrarlo anticipadamente la mañana del Viernes Santo, porque así se manifestaba la Esperanza.

Del corazón de Triana, arrabal exento, separado por el inmenso río y con vida propia de pequeña ciudad vinculada a ese tráfico fluvial, ya en el siglo XV había surgido la devoción de la Esperanza, vinculada a los ceramistas para luego unirse a los marineros. El proceso fue bastante paralelo. Una más entre las que procesionaban a Santa Ana, con una historia rica pero también conociendo dificultades. Hasta que, de modo similar, su Virgen castiza y rebosante de hermosura se fue convirtiendo en símbolo y referente de toda Triana, y ya en el siglo XX ha rebosado con mucho las fronteras de Triana para hacerse universal.

Esta semana ambas preciadísimas Imágenes de la Madre de Dios presiden los cultos de sus respectivos Septenarios dolorosos: una en su Basílica, en un altar que le han levantado admirablemente sus priostes en el presbiterio, rebosante de cera y con una altura que rememora los que se situaban en el presbiterio de la Anunciación. Otra en la grandiosidad de las ojivas de Santa Ana, ante el retablo de Pedro Campaña, sencilla y solemne a la vez, envuelta entre tules y bordados que evocan la tradición cerámica de Alfarería y la forja de la Cava.

Luego el aire de fiesta se extenderá a las calles: al Arco y a los bares aledaños de San Luis y San Gil, antes de acudir a la comida de hermandad. A la plazuela, a Pureza, a Pelay Correa y Rodrigo de Triana, después de que la Esperanza vuelva en triunfo a su Capilla de los Marineros. La misma esencia en sus dos formas más significativas.

Y aunque esa dualidad haya sido a veces malinterpretada por quienes desconocen nuestra idiosincrasia, hay que valorarla como una riqueza, como una motivación para rivalizar en lo único que nos es lícito rivalizar: en aprender a imitar el modelo de la Santísima Virgen María. En Triana y en la Macarena se celebrará una vez más el domingo de laetare más mariano de la piedad popular en todo el orbe... ¡Vida, Dulzura y Esperanza nuestra, Dios te Salve!