Crónicas desde Barcelona

Estado de malestar

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17 jul 2019 / 06:50 h - Actualizado: 16 jul 2019 / 22:41 h.
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  • Sólo 856.452 personas de un total de 1.222.048 con derecho reconocido a recibir una prestación la están percibiendo. / EFE
    Sólo 856.452 personas de un total de 1.222.048 con derecho reconocido a recibir una prestación la están percibiendo. / EFE

«Un déficit incluso mayor se presenta en los servicios de atención domiciliaria para personas ancianas y con discapacidades. Sólo un 2.5 por ciento de la población por encima de 65 años tiene algún tipo de cobertura de tales servicios domiciliarios de 3.7 horas semanales (en España sólo un 1.5 por ciento de 4.7 horas semanales), contrastando con porcentajes mucho mayores en países de tradición socialdemócrata (Suecia 30 por ciento, Dinamarca 20 por ciento, Finlandia 28 por ciento) e incluso cristiano demócratas o conservadores (Francia 7 por ciento, Holanda 8 por ciento y Reino Unido 9 por ciento)»

EL ESTADO DEL BIENESTAR EN CATALUÑA (Vicenç Navarro, Catedrático de Políticas Públicas de la Universitat Pompeu Fabra).

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Hay mucha pobreza. La veo tras los cristales esperando que me atienda la empleada de los servicios sociales de Olesa de Montserrat. Una mujer marroquí que empuja un carro de la compra vacío, entra. Se coloca cabizbaja en la cola. La empleada atiende a una pareja de hombre y mujer muy obesos ¿serán hermanos? Una alianza que parece de casada luce en el anular de la mujer. Hablan catalán, la empleada les da unos papeles para que vayan a sellarlos al Ayuntamiento, que está muy cerca. Ambos asienten y se van. La mujer marroquí es atendida en castellano, apenas entiendo qué le dice la empleada, noto cierto aire de superioridad en ella, debe repetírselo varias veces. Se va con la cabeza agachada, fastidiada por la lentitud del trámite para conseguir alimentos gratis y con el carro de la compra vacío. Por fin toca mi turno. Entro a un pequeño despacho y me atiende una funcionaria. Le pregunto cuándo llegará la aceptación del grado de incapacidad de mi madre. Me dice que hay que esperar cuatro meses, luego tres más para que el circuito se cierre, le digo que en ese tiempo podría morirse y ella me mira como diciéndome que no tiene la culpa de las leyes. En Cataluña la lista de espera es muy larga, está atascada hace tiempo. La funcionaria pone más trabas, interpretando esa ley, que no favorece a las personas mayores, dice que una de las hijas se empadrone en el domicilio de mis padres para recibir la ayuda en el caso de que sea aceptada. Pero si todas están casadas y viven en familia, y dos son abuelas, le contesto. La funcionaria no se inmuta y dice que esa es la normativa. Asiento para no importunarla ante la sospecha de que podría poner mi expediente en el último lugar del montón y decido acabar el trámite.

Salgo desconsolada, voy a un café frente al edificio de la Seguridad Social. Hace sol y pido un té verde. Mientras espero que lo sirvan, un hombre en silla de ruedas empuja la puerta con las manos y toma lugar en la mesa de enfrente, corriendo la silla con mucho esfuerzo para colocarse. Al bajar la calle que conduce a la estación de autobuses oigo la voz de una niña desde un balcón, habla con una mujer que debe ser su madre, la casa está tapiada hace tiempo, sin cartel de compra o alquiler, para impedir que la ocupen familias necesitadas. Me sorprendo ¿cómo ha entrado? La niña sonríe y parece ilusionada con su nuevo hogar.