Opinión

Isidro González

Estos días azules

Fachada del Patio de los Naranjos de la Catedral exornada por la Hermandad Sacramental del Sagrario.

Fachada del Patio de los Naranjos de la Catedral exornada por la Hermandad Sacramental del Sagrario. / Isidro González

Este último verso de Antonio Machado puede servir para describir con la perfección de un gran poeta lo que se vive en nuestra ciudad en torno a la fiesta de la Inmaculada Concepción. Ha pasado el tiempo desde la intervención de Sevilla en la “guerra mariana” que se desató a principios del siglo XVII y de la proclamación dogmática de esta creencia por Pío noveno en 1854, y el peso de la devoción y la historia continúan manifestándose cada año en infinidad de novenas, triduos, vigilias, funciones y procesiones en honor de la Virgen Purísima que tiñen de celeste en el arranque del Adviento parroquias, conventos y comunidades de toda nuestra Archidiócesis.

Quizás sea ésta la festividad mariana más celebrada también por parte de las hermandades y cofradías, pues la inmensa mayoría de ellas dedican en estas fechas algún tipo de culto en homenaje a María Inmaculada. Presiden las hermandades sacramentales, verdaderos puntales de la religiosidad sevillana aún en lo pequeño o reducido de su realidad actual. Instituciones de abolengo, como la Sacramental del Sagrario que recuerda su Voto pionero de 1615, adorna la fachada del Patio de los Naranjos y viste a su encantador Niño Jesús de celeste. O la de la Magdalena, que celebra con solemnidad triduo y función principal de instituto en el gran templo de la Magdalena ante la delicada Inmaculada de pequeño formato que preside el retablo mayor. Y con ellas numerosas corporaciones eucarísticas de las viejas parroquias –Santa Ana, San Julián, San Bernardo, San Gil, Omnium Sanctorum, Santa Catalina...- que recuerdan sus votos concepcionistas y revalidan su antigua devoción a este misterio tan presente en sus preciosas imágenes y pinturas, enseres y libros de reglas, que lo han dejado unido para siempre a la devoción al Santísimo Sacramento. Así lo expresó nada menos que San Juan Pablo II en 1993 en Sevilla: “Es bien conocido como el pueblo creyente sevillano ha heredado de sus mayores dos devociones, que han tipificado desde tiempo inmemorial la espiritualidad cristiana de vuestras gentes: la devoción al Santísimo Sacramento y la devoción a la Virgen María. Sin estas dos devociones no se comprendería la historia de esta Iglesia hispalense”.

También las hermandades de gloria, centinelas marianas de parroquias y collaciones, se suman a esta fiesta. Desde los hermosos besamanos de la Pura y Limpia del Postigo -en plena calle y a la luz del día, en la misma puerta de su capillita que proclama “Bendita sea tu pureza”-, la Divina Pastora de San Antonio, la Divina Pastora de Santa Marina –gala y grandeza de Reina en espera de su coronación-, o de Montemayor en San Juan de la Palma –testimonio de la vitalidad de las hermandades filiales- hasta la intimidad y el recogimiento de los cultos de la Virgen de la Luz de San Esteban, mientras muchas de estas Vírgenes -Todos los Santos, Amparo, Alegría, Salud...- se revisten con preciosos mantos de añejos tejidos celestes o azulados que iluminan de inmaculismo sus retablos y capillas.

No podemos dejar atrás a las cofradías de penitencia, encabezadas por la Archicofradía de la Santa Cruz en Jerusalén y Nuestro Padre Jesús Nazareno, que abanderó la defensa de este misterio en favor de su proclamación como dogma de fe con su Voto de Sangre, rápidamente extendido por el hermano mayor Tomás Pérez por las hermandades filiales del antiguo Reino de Sevilla. Hoy como ayer, el templo de San Antonio Abad es testigo fiel y perenne de la devoción inmaculista y manantial de donde fluye el rico caudal que inunda de fervor cofradiero la festividad de la “Tota Pulchra”. Se leen el Génesis y la Anunciación, dos caras de la misma moneda. Suenan Miguel Cid y Correa de Arauxo o Eslava: “Todo el mundo en general”. La Concepción dolorosa baja hasta el suelo y nos tiende su mano de nácar. Detrás quedan simpecado, bandera y espada, símbolos mudos que gritan al aire. Lo que se sembró hace más de cuatro siglos continúa floreciendo año tras año en medio de luces y plata, entre azahares de abril y rosas a sus pies en diciembre.

Jornada festiva que eclosiona en cultos y besamanos que se esparcen por toda la ciudad. Hermandades de secular arraigo concepcionista como las de los Negros o Vera Cruz: Ángeles o Tristezas, que nos hablan como memoria viva de la Inmaculada, a las que se le han ido sumado otras muchas corporaciones hasta configurar un bello mosaico de títulos e imágenes de la Santísima Virgen que reciben las oraciones y los besos de los fieles y devotos en entornos de belleza cofradiera gracias al trabajo y esmero de los priostes anónimos. Subterráneo de la Cena, Socorro del Amor, Penas de Santa Marta, Dolores de Santa Cruz, Madre de Dios de la Palma en San Pedro, Soledad de los Servitas, Concepción de la Trinidad, Purísima Concepción de Alcosa o Divina Gracia en Padre Pío, son algunos nombres que nos llaman y lugares a dónde acudir para rezar a sus plantas.

Se puede afirmar que el 8 de diciembre, sus vísperas y su octava, toda Sevilla se pone a los pies de la Virgen. Bien lo recordó el papa San Juan Pablo II en 1993 en nuestro suelo: “Sevilla, ciudad eucarística y mariana por excelencia, tiene como timbre de gloria de su fe católica dos grandes amores: la Eucaristía y María. Dos misterios que se reflejan en la exaltación de la presencia real de Jesús en el Corpus Christi sevillano y en la acendrada devoción a la Inmaculada Concepción de la Virgen”. Y lo resume la conocida copla de los seises que resuena en la Catedral, auténtico corazón concepcionista de nuestra diócesis: “Desde siglos, Tú lo sabes, / fue la gloria de Sevilla / aclamarte sin mancilla / en tu Pura Concepción”. Como escribió otro genio literario de nuestra tierra, Juan Ramón Jiménez, pareciera que en estos días de diciembre “Dios está azul”.