Exposición ‘Ausencias’ en el Cicus

Image
24 oct 2018 / 10:01 h - Actualizado: 24 oct 2018 / 10:08 h.
  • Exposición ‘Ausencias’ en el Cicus

Hasta el 9 de Noviembre permanecerá abierta en el C.I.C.U.S. (Centro de Iniciativas Culturales de la Universidad de Sevilla), una exposición que reúne -se nos antoja, porque quisiéramos más- una pequeñísima selección de las obras de siete artistas -algunos de los cuales trabajan junto a otro- bajo el título “Ausencias”.

Lo primero que nos sugiere esta muestra, es que dado un tema tan interesante como este, son pocos son los autores y las obras que se exhiben. La ausencia, que tiene múltiples discursos contemplada desde todas las disciplinas a partir de las cuales puede analizarse, es ya en sí misma un tema extraordinariamente propicio para hacer una gran exposición con nombres significativos -también con los no tanto y también con los que están aquí, que han tratado y tratan este asunto tan trascendente y fundamental en la vida de cada uno- desde todas las técnicas, materiales y perspectivas posibles, entendido esto desde las artes plásticas y visuales y después por todas las que se quieran traer aquí pasando por las escénicas, performativas, cinematográficas,...y por supuesto desde la filosofía, la literatura, las religiones,...

Lo segundo que plantea -es la pregunta que me hago y que comparto con otros colegas- es la de si un galerista o exgalerista, o en cualquier caso promotor artístico, puede utilizar los espacios públicos para comisariar o/y exponer a sus representados, en detrimento de autores que van por libre sin tener la suerte (o quien sabe si atadura de pies y manos), de que alguien los represente, es decir se beneficien mutuamente, ya que no todos los artistas tienen un galerista, máxime considerando un caso como este, en que un galerista -o exgalerista al menos no con sede física- es el comisario de la muestra.

Lo tercero y derivado de la anterior, es la pregunta de si esos “comisarios” cobran de la administración, además de hacerlo los técnicos que trabajan en cualquier institución o espacio público para beneficio privado -al margen claro está, de los artistas- ya que para estos precisamente es para lo que se han creado estos lugares hasta ahora sagrados y donde se veneraba esa cosa que era el arte sin sospecha de lucro añadido. Me refiero a las públicas, no a las privadas, porque allá cada quien con sus presupuestos.

Lo cuarto y en línea con esta indagación presupuestaria, es la falta de transparencia con respecto a lo que cuesta cada una de las exhibiciones que se hacen con dinero público, en las que se agradecería un desglose de todos los gastos que se han facturado: transporte, seguros, montajes, vigilancia, limpieza de sala, etc., etc. o al menos que pudiera ser de fácil consulta.

Lo quinto, es que si además del “comisario”, (curador, curator o “cureitor”) -personaje muy necesario por supuesto y a considerar positivamente siempre y cuando no tenga otros intereses de vender a través de la entidad que acoge a sus representados, de cara a su negocio más la publicidad añadida que le reporta- es que si también cobra el artista que presta, alquila o cede temporalmente su obra para que esta se exponga, porque se oye de todo, incluido esto, y ¿por qué no?, también con razón si así fuera.

Digo todo esto porque cuando últimamente voy a salas públicas, echo en falta toda esta información útil como comentarista de arte e informadora de lo que acontece en ellas, y como público en general porque muchas personas lo primero que me dicen es: “sí, sí, todo eso del cromatismo, el multiestilismo policultural,y cuantas cosas pudiera afirmar en relación a un artista o a su obra, está muy bien, pero: ¿cuánto ha costado?, ¿cuánto me ha costado de mis impuestos? Y ocurre que la imagen que se está dando aparte de la de opacidad, es la de que aquí, se lo monta cualquiera que pase por allí o que le eche rostro al asunto.

Desde marzo en que empecé mis colaboraciones en “El Correo de Andalucía”, he mantenido conversaciones con toda una serie de personajes que pululan por así decirlo en torno a las salas públicas, que cobran por exponer sus colecciones particulares, por la edición de libros, folletos, rotulaciones, cartelería y por todo lo que podamos meter aquí (agencias de comunicación, fotógrafos, imprentas, etc.) y que como digo incluyen desde flayers hasta catálogos con firmas destacadas o no, cóckteles, ... Mientras que por el contrario, hay otros -sobre todo artistas individuales que exponen en ellas- que no sólo no cobraron un euro, sino que además han debido correr con todos los gastos y encargarse de todo, desde antes de la inauguración al desmontaje. No diré abonar el alquiler de las salas, que también ha habido casos.

En este mundo al revés en el que parece que estamos viviendo en tantos aspectos en lo que se refiere al arte, no sería de extrañar que el que paga no es quien ocupa la sala, o por decirlo mejor, quien la alquila durante equis tiempo, sino que es la Administración correspondiente quien le paga al “inquilino”, y aunque esto lo comparto en muchos casos, en otros, se da pié a que estas se conviertan en coladeros de oportunistas, que hacen en ellas un circuito paralelo a sus negocios privados utilizando los espacios públicos. Y por supuesto sin entrar ahora en la rumorología que se fomenta con esta situación, por considerar que se fomentan favoritismos y clientelismo de cualquier tipo.

Es evidente que una Exposición supone un gasto enorme partiendo siempre y como dije, en lo que concierne a las arcas públicas, sean municipales, de Ministerios, de Consejerías o Delegaciones de la Junta, de los Distritos, de Instituciones Oficiales, etc. comenzando por la luz, sueldo de los empleados, mantenimiento, fungibles,...Por eso extraña -a los profanos y a los profesionales del arte- que parezca que todo es gratis y que todo vale sin que se sepa quién paga y quién cobra si es que fuera así. La post-post-modernidad hace mucho ya que la enterramos y no están los tiempos para despioles ni por supuesto para que no se tenga en cuenta en lo que respecta al arte, a los artistas y a los espacios públicos, una mayor transparencia de la que hay ahora. Y no, porque esto da pie a chismorreos, falsedades, sospechas de todo tipo (como que los presupuestos están inflados, los artistas enchufados, ...) y en el fondo, con esto lo único que se consigue es el desprestigio de todos, tanto de las instituciones como de los autores participantes.

En el caso concreto de esta exposición y a falta de Catálogo, la información que se facilita en sala y en las cartelas que se sitúan para colmo (siguiendo consignas más que anticuadas basadas en la confusión, en el esfuerzo al espectador, ...) en rincones alejados de las obras, no es lo suficientemente completa de manera que exigiría una formación extraordinaria en lo que respecta a la biografía, trayectoria y técnicas de estos artistas.

A pesar de todo: Manuel M. Romero, Fuentesal & Arenillas, José García Vallés, Moreno & Grau, Arturo Comas y Martínez Bellido, han traído unas propuestas “lo siguiente a interesante” dejando claro en mi opinión su sinceridad, el que sean respuestas personales a esa ausencia que se llena de vacíos y de símbolos propios para representar las naturalezas vivas y sobre todo muertas, y que por supuesto parten de una reflexión que gratamente exigen o a la que nos invitan. La luz, la cadencia de lo efímero, lo que está y no está, lo que fue, el tiempo, el movimiento fútil, ...todo está en esta pequeña exhibición que de seguir por estos caminos, les llevará lejos. O ya lo están.

Fuentesal & Arenillas representa la ausencia con una especie de caligrafía monócroma -bícroma si se tiene en cuenta el blanco de los fondos- que siempre es inconclusa, que comienza y se interrumpe o continúa a partir de esa interrupción en la siguiente imagen de su tríptico, de algo que desconocemos, pero que se ha perdido en medio de ellas.

Arturo Comas con sus fotos hiperrealistas de grandes formatos, nos introduce en un mundo donde cobran importancia inusitada los detalles, algo que ya pasó en las paredes o suelos, troncos de árboles, cuerdas, espacios. Siempre el mismo escenario lleno/vacío. Iconos de múltiples lecturas para los que nos iniciamos en sus códigos.

José García Vallés, en las diferentes variaciones de la rotación de una luz proyectada sobre la pared en la que ha colocado un rombo negro, hecho con vinilo adhesivo, puede que nos hable metafóricamente de esa cadencia del tiempo desde que se inicia hasta que desaparece y vuelve a aparecer en un circuito perpetuo.

Moreno & Grau también trabajan con la luz, esa esencia, en las dos cajas que quizá aludan a la alternancia del día y de la noche, una especie de reloj consistente en una gran piedra horadada por la que pasa al igual que en los santuarios prehistóricos o de otras culturas ancestrales, el reflejo o la penumbra que significa el tránsito, el ser y el no ser, lo que fue, lo que será.

Martínez Bellido manipula, interviene fotos, borra, dibuja y desdibuja en un intento que tiene que ver con el pasado, con lo que ya no existe y para el que quita rostros, paisajes, edificios, situaciones, reinventa la Historia como quisiéramos que hubiese ocurrido o tal vez nunca, raspa las imágenes, las disuelve, conjugando la pérdida, los recuerdos y los olvidos.

Manuel M. Romero con sus ceras mezcladas o no con óleo y lápiz, integradas en sus collages hechos con sprays y óleos y dispuestas sobre papel encolado en madera sobre bastidor o en lienzos de lino sin él en la pared, nos deja manchas, huellas, la vida de lo que ha pasado por su taller y si acaso también, por él mismo, sus metamorfosis y crisálidas. Lo que es y lo que no.