Opinión

Ramón Reig

Fuera de la carta, para otro, camarero

El Bar Baturones, en La Ronda. Sevilla, años 60. / mforos.com

El Bar Baturones, en La Ronda. Sevilla, años 60. / mforos.com / Ramón Reig

No falla. Ojo: si nos sentamos en un restaurante algo finolis o menos suntuoso, nos dan la carta de viandas y nos informan de que fuera de la carta tienen esto o lo otro, con esos nombres tan cursis, barrocos y rebuscados que les endosan a algunos manjares, hay que proceder de inmediato a desestimarlos. Tras ellos se esconde una clavaera de no te menees, la cuenta final sube como la espuma y uno se pregunta de dónde ha salido ese número total tan considerable, ojea la papela y, oh, ha sido lo que no estaba en la carta, esa ambrosía, esa noticia de última hora que ha llegado a la redacción de la cocina como gran primicia y uno ha osado consumirla.

Y claro, si se está junto a una pareja especial o, lo que es peor, si esa pareja es fruto de una cita a ciegas, es bastante improbable que nos podamos hacer los ciegos ante tamaño asalto. “Elija lo que quieras, cariño, no olvides que además de lo que consta en la carta nos ofrecen determinadas delicias que figuran como ciertas películas en los festivales: fuera de concurso. Y esas son las buenas”.

También queda feo preguntarle al camarero el precio de los manjares de élite, los que se salen de la “masa cartelera” para flotar sobre nosotros y nuestras narices y paladares cual ligeros limbos que cuando se manifiestan en forma de dolorosa duelen especialmente y dañan la sensibilidad general.

Sevilla se ha puesto muy forofa de restaurantes y veladores en general. Ha sido así toda la vida, yo, lo recuerdo desde Baturones cuando mi padre y mi madre se sentaban allí a degustar alguna que otra gamba con Cruzcampo en el momento en que podían permitirse ese lujo. Ahora es mucho más común zamparse algún langostino de esos que traen de los mares americanos, grandes como zapatillas de bailarinas, muy ricos en colesterol pero, “muera Marta, muera harta”, que afirma el refrán. Decía que Sevilla siempre ha sido muy de la calle y no hacen falta tantos turistas para que nos aviemos solos, lo nuevo es que ya desde hace bastante tiempo hay que reservar mesa en cualquier sitio y eso ya me recuerda cuando estoy en las ciudades de postín. Hay muchos más bares y restaurantes y a pesar de tal circunstancia se debe reservar sitio. También es relativamente nuevo lo de llevarse a casa lo que nos sobre de la consumición. En otros tiempos eso nos daba como vergüenza a pesar de que tal vez lo necesitáramos más que ahora. Es un gran cambio que lo conozco de siempre en tierras americanas. La costumbre del taper para llevar nos permite arramblar con el consumo marginal de la carta si es que sobra y si es que no estamos en compañía especial. No hay mal que por bien no venga, pero si nos hallamos en plena faena de conquista -y esto vale para ellos y ellas- la cuestión se sitúa en un universo más enrevesado. El recibo doloroso de la mamela resulta entonces torturante.