Era solo un niño cuando me enfadé con Dios. «Oiga, que no le aguanto», le dije el día que decidí desconectarme de él porque le importaban un pimiento mis problemas. Entiendo que es difícil ser coherente durante toda una vida y Dios no lo era entonces, dándoles más a unos que a otros, haciendo siempre la vista gorda para los mismos y exigiéndonos a unos más que a los demás. Desde hace unos meses, pocos, estoy intentando un acercamiento a Dios, limar asperezas con él, aclarar algunos asuntos que guardamos para más adelante, liquidar viejas rencillas. No entiendo a quien es de piñón fijo en asuntos de la fe, porque un día, la fe puede mover montañas y al otro estar para al arrastre, deprimida y sin las ideas claras. Ayer estuve en el cumpleaños de un amigo de esos que rozan la sangre, y viéndolo rodeado de sus padres, mujer e hijos, pensé que eso era la felicidad, estar feliz con tus seres queridos. El día anterior estuve con una amiga que también se rodeó de sus hijos para apostar por la familia. Pensaba que yo era un caso sin solución, pero no: es posible una reconciliación. ~