Los medios y los días

Isabel II, gracias por nada

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20 sep 2022 / 05:58 h - Actualizado: 20 sep 2022 / 05:58 h.
"Los medios y los días"
  • Isabel II, gracias por nada

Vivió, murió y fue enterrada, más que como una reina, como una faraona que no se llamaba precisamente Lola Flores, en este caso no hubo necesidad de que tuviera que desnudarse y posar así en Interviú para poder hacerle frente a los gastos de Hacienda. A Isabel II de Inglaterra solamente le ha faltado la pirámide y el templo, ambos sólo para ella. Da igual, se los hemos construido mentalmente entre todos, el entierro de ayer lo demuestra. ¿A cambio de qué? No nos ha devuelto Gibraltar, no ha creado puestos de trabajo ni ha trabajado para bajar la inflación, no ha luchado por la paz, no ha estado empeñada en aumentar el conocimiento humano, su país se ha ido de la UE y estimula las guerras y las colonizaciones porque aún no se ha acostumbrado a no ser el dueño del mundo. Hasta prosiguen las típicas burlas de los ingleses contra España.

Le debemos, eso sí, que le dé cobijo y trabajo a miles de jóvenes españoles que deben irse porque en España no somos capaces de aprovecharnos de sus cualidades. Pero le debemos algo más importante: su vida y su muerte nos han servido para apartarnos del mundo y su entierro es la gran fantasía persuasiva, emocional, con que el poder domina a sus súbditos desde siempre, es una esencialidad que apenas ha cambiado. El funeral de Isabel II es mejor que una superproducción de ésas con las que Hollywood nos ha asombrado y engañado.

El asombro es el arma más poderosa que posee el poder. Asombrar con un zigurat, con un palacio, con una catedral, con un estadio, con un rascacielos... Todo debe ser grande, enorme, mirando al cielo, allí están los dioses, allí está el dios Sol, allí el Olimpo, todo eso que tuvimos que inventar para explicarnos lo que nos sobrecogía: el sol fue Inti o fue Atón; el aire fue Eolo, la lluvia se llamó Tlaloc. De poco sirvió que aparecieran en la Grecia clásica unos filósofos que rechazaban todo eso, no, el humano necesita cuentos, fantasías, no quiere mirarse en el espejo, no quiere ser él mismo, prefiere prolongarse en los demás, no en los pobres, no en los vulnerables, no en la inteligencia, sino en la grandeza material. Todo debe ser grande, la Casa Blanca imita el poder romano, Rusia adora las construcciones de Pedro el Grande, China nos recuerda que la Ciudad Prohibida no es asunto nuestro sino de seres escogidos y entonces aumenta nuestro deseo por conocerla y vivir en ella.

Como buenos imitamonas, queremos acercarnos a esa candela que nos creemos que calienta y si no nos extasiamos con el entierro de Isabel II nos ponemos una camiseta de cualquier jugador con dinero y fama al que convertimos en nuestro ídolo con tal de no enfrentarnos con la vida y con nosotros mismos. O también precisamente cansados de pugnar contra el muro inexpugnable que es la estructura vital, nos sentamos ante la televisión para que Su Majestad siga reinando después de muerta y nos ofrezca el manjar real con denominación de origen: el cuento, la evasión, la grandeza, la belleza.

Desde esa cúpula del poder se va derramando por sus laderas la misma mentalidad: todos jugando a ser poder, a elegancias, a distinciones, a pompas y boatos, desde el más pudiente hasta el más vulnerable. Y así un día y otro, un siglo y otro. El entierro de Isabel II nos mostró la síntesis entre el cetro, la corona, la mitra, la espada y el dólar o la libra. Todo articulado, los personajes del cuento estaban ahí, tanto los principales como los secundarios, y no faltaba el pueblo llorando y vitoreando, esta vez llevaba consigo nuevos juguetes que el poder le ha vendido: smartphones en todas sus variedades.

En esencia, como siempre. Así es esto, olvidemos de una vez el imaginario de que sea de otra manera. La mejor autoayuda es aceptar esta realidad, distinguir las voces de los ecos, desterrar a los tenores huecos y trabajar por lo imposible desde la realidad de lo posible que es el escaparate y el cuarto trasero del entierro de Isabel II de Inglaterra.