La vida del revés

La belleza de un niño y la de un anciano

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15 oct 2020 / 17:23 h - Actualizado: 15 oct 2020 / 17:29 h.
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  • La belleza de un niño y la de un anciano

Los niños son felices porque el tiempo no existe. No poseen apenas la rémora de un pasado que incomode. No sienten la necesidad de un futuro y por eso no les preocupa lo más mínimo todo aquello que se encuentre a más de treinta segundos de distancia. Sin tiempo la felicidad es posible, todo se hace efímero, irrelevante.

La mirada de un crío no esconde reproches porque lo pasado desaparece por siempre jamás, porque lo que está por venir no existe, no tiene espacio en el pensamiento dedicado a disfrutar o sufrir de tan solo un instante. El niño se mueve entre la ilusión y él mismo. El resto es accesorio. Eso es lo que añoro de la niñez, es la razón por la que no soy capaz de aceptar la fealdad de lo viejo al saber que ya no existe ilusión. Sólo cabe la desaparición. Limpiar a un bebé produce un placer enorme. Crees estar tocando la vida. Limpiar a un viejo enfermo te hace pensar en lo que serás tarde o temprano. Crees estar tocando una estampa del futuro que llega antes de la cuenta. Injusto, cruel, aunque una realidad.

Escribo escuchando la música de Grant Green. «Moon River». No suelo prestar atención a los guitarristas que no son españoles aunque con este hombre hago alguna excepción.

A veces me preguntan. ¿Por qué cuatro hijos? ¿Por qué no? Suelo contestar. Gastos, preocupaciones, pérdida de identidad, falta de tiempo para uno mismo, tranquilidad desaparecida. Es una locura, replican. Me hace pensar que ya no aceptamos ni lo uno ni lo otro. Niñez y vejez estorban. El mundo se mueve desde un yo rácano que no se deja acompañar por nada que produzca interferencias en una felicidad inventada a base de cheques o de soledades que terminan siendo una tortura. ¿Es perder el tiempo leer un libro a un niño? ¿Estamos más tranquilos mirando la televisión o escuchando música mientras los niños duermen? Podría contestar a estas preguntas de forma instantánea sin miedo a cometer un error.

Tengo cuatro hijos. Y se suma en casa la abuela Sagrario. He tenido que aprender a convivir con niñez y con vejez de forma simultánea. Lo que fui y perdí. Lo que seré y comienzo a conseguir. Aprender a ceder frente a lo feo de la vejez. Como si fuera un guitarrista al que no presto atención y el día que le escucho me enseña algo que me agrada. Buscando la parte bella de las cosas. Quizás una salvación que sólo nos puede proporcionar el sentirnos niños sabiendo que moriremos siendo viejos. Son las reglas del juego. O buscas la belleza o estás perdido.