Excelencia Literaria

La comunidad

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19 nov 2019 / 15:24 h - Actualizado: 19 nov 2019 / 15:26 h.
"Excelencia Literaria"
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Por Miguel María Jiménez de Cisneros, ganador de la X edición www.excelencialiteraria.com

El silencio reinaba en el claustro, interrumpido por el gorjeo de algún pájaro y el rumor del agua de la fuente, que estaba en la mitad del patio. El sol pegaba de lleno en la abadía.

En un momento dado, las campanas comenzaron a repicar. Los monjes abandonaron sus labores en la cocina, en el taller, en la biblioteca, en las celdas... para irse deslizando por los corredores, creando un murmullo al rozarles sus hábitos con las diligentes piernas. Cuando estuvieron todos agrupados, comenzaron a entrar en la iglesia, de dos en dos, para la oración.

Aquella capilla era una estancia agradable, tallados sus techos y el ábside en maderas de colores claros, en contraste con la piedra granítica de las paredes del interior y el exterior. En un extremo había un precioso sagrario de plata, flanqueado por las imágenes de María y José. En el otro, el sitial del abad. Entre medias, el coro, donde se fueron colocando los cenobitas. Entre las columnas de las paredes, un sobrio viacrucis.

Un monje joven se ocupó de llevar a otro, anciano, que iba en una silla de ruedas. Fray Pedro tenía veintidós y Fray Bruno rondaba la centena. Aquella singular familia sin lazos de sangre estaba formada por una veintena de varones entre los veinte y los más de noventa años.

El abad abrió un libro y entonó:

-Deus in adiutorium meum intende. (Dios Mío, ven en mi auxilio).

Y el coro contestó:

-Domine ad adiuvandum me festina. (Señor, date prisa en socorrerme).

Ora et labora. Reza y trabaja. Ese era el compás de la vida en la comunidad: apartados del mundo pero muy cerca de Dios... y del hombre.