Viéndolas venir

La educación en los bancos

Image
Álvaro Romero @aromerobernal1
03 dic 2021 / 11:21 h - Actualizado: 03 dic 2021 / 11:23 h.
"Viéndolas venir"
  • La educación en los bancos

A los bancos les seguirá yendo bien, incluso mejor, no lo dudo. Pero eso será si hablamos de la cúpula banquera, donde se maneja el dinero de veras, ese que ni siquiera se cuenta en billetes sino dios sabrá en qué. El dios suyo, que debe de ser muy distinto al nuestro. El caso es que, en los últimos años, he ido viendo una involución en los bancos que no sé si comparte todo el mundo. No me refiero solamente a esa obsesión porque todo lo haga la maquinita de turno que uno ha sufrido por los mayores, porque nuestros mayores no tienen por qué saber hacerlo todo en una máquina en cuyos botones digitales ni siquiera aciertan sus dedos reumáticos, sino a la educación más elemental con la que no te reciben en las oficinas. Supongo que no será en todas, pero abunda ya ese ambiente un tanto asfixiante, denso, tenso, en el que el empleado de banca te habla amenazándote no se sabe muy bien por qué, a la defensiva, advirtiéndote, reprochándote, receloso de todo lo que vayas a decir, sabedor de que no dices, sino que pides, sin llegar a exigir, y no, no se puede. La respuesta es siempre no, de entrada, y por todo te han de cobrar, mirar de reojo, con un cansancio antiguo de haber repetido hasta la saciedad todo lo que han debido de grabarle en algún curso intensivo y de lo que tú, cliente herético, no te terminas nunca de enterar. Uno sale del banco estresado, pero también tentado de volver para preguntarle, sinceramente y de tú a tú, qué le ha ocurrido a ese trabajador para que te trate así. Seguro que no fue nada personal al principio. Pero lo terminó siendo.

El proceso ha sido lento pero imparable. Todavía recuerdo, no hace demasiado, aquellas otras estampas de los bancos de antes. A ese Miguelillo de toda la vida que se levantaba de su mesa cuando veía entrar al vecino sin saber a qué venía, pero al que saludaba con los brazos abiertos, de par en par, siéntate y cuéntame, qué te ocurre. No estaban los bancos tampoco entonces para ayudarte, pero te lo decían por lo menos. Hacían como que estaban a tu servicio, un servicio público porque estaba abierto al público aunque fuera privado, claro. La empleada de turno te sonreía francamente, te miraba a los ojos y miraba qué podía hacer por ti. Ingresar, pedir un pellizquito, pagar un recibo, sacar dinero porque te hacía falta para lo que fuera. Luego llegaron los cajeros, hasta que se popularizaron en extremo.

Y fue entonces, imperceptiblemente, cuando entre los trabajadores y los clientes empezó a no haber nada de lo que hablar. Cuando alguien se acercaba a la ventanilla, el trabajador se fue acostumbrando a quitárselo de en medio levantando las cejas por encima de sus gafas, señalando al cajero. Eso, la máquina. Lo otro,la máquina. Me han dicho que es aquí, en la ventanilla, podríamos decir. Sí, pero solo hasta las once. Vuelva usted mañana. Y, poco a poco, el trabajador bancario -cada vez más precario- se fue acostumbrando a mirar solo la pantalla del ordenador, como les pasa a muchos médicos, que cuando se trata de mirar al paciente, de carne y hueso, hasta se sienten incómodos, acostumbrados como están a mirar la pantallita aunque esté allí el doliente de cuerpo presente. Eso pasa también en los bancos. Es que yo venía a... Eso no es aquí. Es que yo no entiendo... Eso en el móvil. Es que... Su banca digital... Es que... Descárguese la aplicación. Y uno se pregunta entonces para qué abren sus puertas por la mañana. Llegará el día en que las cierren y trabajen como ya lo hacen tantos de hecho, a puerta cerrada sin cerrar la puerta, dejando a la clientela en una sensación de vagabundeo por sus instalaciones, buscando a quién preguntar mientras los recursos humanos se han convertido en recursos sin que tengan que ser necesariamente humanos. Y todo eso, también, lo estamos permitiendo nosotros con nuestra dejadez, nuestro conformismo, esta naturalidad con la que acudimos al banco, cada vez menos, con la sensación de que hemos entrado allí a molestar. Por este camino terminará siendo verdad. Molestamos porque ellos están en otra cosa.