Lamentablemente, la imagen no es nueva. Lo que iniciaron los hinchas del PSV en Madrid el pasado marzo, burlándose de unas mendigas en la Plaza Mayor, lo continúan los hooligans ingleses en la Eurocopa humillando a unos niños en Lille. Unánime ha sido el rechazo general a unos descerebrados que a toda costa, quieren hacer del fútbol el escenario idóneo desde donde dar rienda suelta a la versión más primitiva del ser humano.
El aficionado debe tener la necesaria tranquilidad de que acude a una fiesta y no a una guerra, pese a la pasividad de sus estamentos ante tanta violencia, en toda la amplitud de la palabra. Si no cambia la situación a nivel estamental, llegaremos a presenciar que ya no serán los violentos los que avergüencen al espectador, sino que será el propio fútbol el que lo consiga. Lo que no cabe en el guion del espectáculo de una de las manifestaciones deportivas más importantes, se acaba convirtiendo en todo un espectáculo vergonzoso de humillaciones y peleas, todo un escaparate visual de violencia, con la impotencia de una policía que apenas nada puede hacer ante grupos perfectamente organizados que en el fútbol, encuentran campo de cultivo para sus fechorías. Un proceso degenerativo en el que el balompié se encuentra inmerso, no es solo la policía la que debe actuar frente a los salvajes o justificar lo injustificable, eso es mirar hacia otro lado. La violencia no está al servicio de ningún fin, sino que es fin en sí misma y menos, con unos niños y una plaza, verdaderos protagonistas de la verdadera fiesta del fútbol.