Opinión

José Luis Escañuela

La luna llena en la playa de la Muralla

Bahía

Bahía / José Luis Escañuela

Me hubiera gustado contaros que la muralla de la Playa de El Puerto de Santa María, junto a la arboleda perdida de Alberti, hubiera sido erigida por cíclopes y que en ella Heródoto hubiera escrito cada volumen dedicado a sus nueve musas e incluso la única teología sobre los vientos.

Cada luna llena, cientos de túnicas blancas invaden el estío de la orilla desde donde se divisa el puente que une el polvo con la isla de Gades. Es una ribera escarpada, ausente de cal que disimule, digna, su modestia, ante la decadente opulencia de Puerto Sherry.

Es la única reserva gaditana, que en cada una de sus rendijas, somete al viento de Levante, sin el que nuestra civilización hubiera despreciado las pasiones ardientes del deseo y el desierto.

Este paisaje se hermana con el castillo de la Pantista de Sanlúcar de Barrameda y el recuerdo dulce de los muertos y sin él jamás hubiera emergido Almudena Grandes y aquel blasón negro bajo el que Pasionaria escondía sus pasiones que nunca aparecerán en los libros de historia con mayúsculas.

Esta última luna llena, mi ricitos –que ha recorrido ocho años de un sendero que se tornará inextricable en Abril, cabalgó sobre la arena a la búsqueda de su grial, antes de cruzar el círculo de fuego, un laberinto que tiene más de certeza que de desvarío.

En ese redondel de luces serpenteantes, decenas de personas dibujan un pasadizo y todos los recorren entre el clamor fervoroso de quienes lo forman. Este año, le correspondió a una sola persona. Una mujer. (qué empeño en colocar adjetivos a sustantivo tan bastante).

En septiembre le cortarán los dos pechos, a ver si con ellos cercenan la metástasis. Entretanto, abandonó su domicilio de eso que llaman la urbe, para esconderse en la isla mínima de un pequeño apartamento en Barbate. Ni su pareja fue capaz de seguirla, no en vano el cáncer espanta sed y afán.

Ella me pidió que escribiera sobre el dolor, supongo que con el recóndito anhelo de exorcizarlo.

La baronesa Blixen, cuando dejó el aire de las colinas del Gnong, ya dio con la fórmula. Lágrimas, sudor y agua salada. Siempre me pareció mágico que el sollozo y la pena fueran de la misma materia salobre que la espuma del mar.

Así que cien personas y una personita unieron sus manos, hacia la dama solitaria de Barbate, donde sí asola el Levante. Un alma más que, como otras muchas, consigue a duras penas izar su desvencijado cuerpo para tocar el amanecer que espanta grillos y chicharras.

Condenados al hervor perpetuo, lo único factible, es salvar, amar a quien se tiene a mano. Lo demás es la historia de otro.

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