Por Roberto Iannucci | Ganador de la XIV edición de Excelencia Literaria

La espesa niebla que le rodeaba desde que había abierto los ojos, se fue disipando sin prisa. Poco a poco Ángel fue capaz de visualizar una imagen completa de su entorno. Y no le gustó lo que vio.

Todo era negrura. Todo, excepto una pasarela de cristal que nacía bajo sus pies y se perdía en la oscuridad, frente a él. Por los bordes de aquel camino transparente alguien había dejado caer pétalos de rosa -rojos como la sangre-, como si tuviera la intención de marcar un destino.

De pronto toda su atención se clavó en una figura que avanzaba lentamente hacia él y que parecía flotar en el aire. Conforme se le acercaba, el anciano percibió los rasgos de una mujer de llamativa estatura, ataviada con un vestido negro de gasa, cuya falda rozaba el suelo, y con un velo que le tapaba el pelo y el rostro. Le recordó a una plañidera.

Cuando la figura de la mujer llegó a su lado, Ángel notó que el aire entre los dos se enrarecía.

─¿Quién eres? ─le preguntó inquieto.

Se juró que la mujer sonrió bajo el velo negro.

─Soy amarga para muchos y dulce para otros ─su voz era fría como un témpano.

─Y para mí, ¿qué eres?

Ella torció la cabeza ligeramente, como si le hubiese sorprendido aquella pregunta. Tardó unos momentos en responderle.

─Inesperada, inoportuna, imprevista ─. Hizo una pausa antes de añadir─. E inevitable.

Entonces le ofreció su mano y él la tomó. Juntos avanzaron por la senda de cristal, siguiendo el rastro de los pétalos hacia la oscuridad que lo invadía todo. Sin miedo, sin dudas. Sin entender la razón, Ángel confiaba plenamente en aquella mujer.

Poco después, la mano de la plañidera se aferró a la del anciano con tanta fuerza que le sobresaltó. Ángel supo que le miraba directamente a los ojos.

─Hoy no es tu día ─le dijo con un toque de pena en la voz helada─. Tal vez en otra ocasión.

Le soltó la mano. Entonces la niebla apareció de nuevo y avanzó hacia ellos hasta envolverlos. Cuando se hizo densa, la plañidera se separó de él al tiempo que se ocultaba ante la vista de Ángel la senda de pétalos y la pasarela de cristal. El anciano, asustado, intentó pedir ayuda, pero de sus labios no brotó una sola palabra.

Todo se volvió oscuro.

***

El doctor Calero ordenó que le dieran una última descarga al anciano tendido en la camilla y después le tomó el pulso.

─¿Está vivo? ─preguntó una de las hijas del paciente.

El médico asintió.

─Su corazón vuelve a latir ─se oyeron suspiros de alivio en la sala─. Ahora solo necesita reposo.

Calero dejó a la familia y se reunió con su compañera en la habitación contigua.

─¿Todo bien? ─le preguntó ella.

─Sí. Pero si hubiesen llegado cinco minutos más tarde... la Muerte se lo habría llevado.

***

La plañidera suspiró con resignación y siguió caminando por la senda de cristal, siguiendo la línea de pétalos, sin mirar atrás. No era la primera vez que le pasaba. Por tanto, no iba a preocuparse más por aquel hombre que tarde o temprano volvería a darle la mano, y esa vez sería la definitiva.

En aquellos momentos había otras personas que reclamaban su atención.