Viéndolas venir

La vergüenza que provoca Anguita

Image
Álvaro Romero @aromerobernal1
16 may 2020 / 16:45 h - Actualizado: 16 may 2020 / 16:47 h.
"Viéndolas venir"
  • La vergüenza que provoca Anguita

Hace menos de una semana dediqué mi columna a Julio Anguita, con la sincera esperanza de que se recuperara y pudiera comprobar cuánta hipocresía seguía latiendo en un mundo en el que él había hecho tanto por erradicarla, con su propio ejemplo. Pero no ha sido posible. El histórico líder de IU se ha marchado sin salir de la UCI, la Unidad de Cuidados Intensivos que hubiera merecido como político cuando ejercía.

Sin embargo, no solo no fue cuidado ni mimado ni considerado como político, sino que, a pesar de su condición de profeta tan honrado, sus declaraciones solían ser tomadas con esa guasa que provoca la utopía mal entendida. Él diferenció muy bien entre utopía y quimera. Porque las quimeras son las tonterías que tantas veces les escuchamos a los políticos a diario, es decir, esas cosas imposibles que a los políticos mediocres no les duelen prendas en prometer por un puñado de votos. Anguita, no obstante, era un utópico, o sea, un visionario que sacrificaba su propio futuro como político para anunciarnos el futuro de todos, doliera más o doliera menos. Y en este sentido, hace casi treinta años que nos habló de verdadera igualdad entre hombres y mujeres, de esa obsolescencia programada que ahora nos tiene presos de todo tipo de mercados, de desarrollo sostenible para un mundo que ya no se sostiene, de ecología profunda en un mundo profundamente desequilibrado, de honda cultura cuando lo que se llevaba era presumir del desconocimiento profundo.

Se acaba de marchar Anguita. Un hombre que fue primero persona y luego hombre. Un hombre que fue primero hombre y luego político. Un político que lo fue por absoluta convicción. Un convencido de que la política podía mejorar al hombre. Un político que llegó, vio y no venció, pero nos dejó un legado de honradez y vergüenza por la que hoy es imposible decir que todos los políticos sean iguales.


Un parlamentario que se fue con una mano delante y otra detrás, no por la acostumbrada puerta giratoria de sus colegas, sino por la puerta de su instituto, al que volvió para empuñar la tiza y esperanzarse en la mayor de las revoluciones desde que el hombre es hombre: la educación.


Un hombre que había sido político y que luego dejó de ser político para ser sencillamente un hombre. Su marcha debe sonrojar a muchos. Descanse en Paz.