Las buganvillas del Cid

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01 ago 2015 / 18:56 h - Actualizado: 01 ago 2015 / 18:57 h.

Si el Cid ganaba las batallas hasta después de muerto, también a los pies de su pedestal del Prado –el Caballo– parece ganar la suya una inmune primavera sobre este verano achicharrador que quiso exterminarla. De la Pasarela al Casino, una hueste de esplendorosas buganvillas aún la mantiene gozosamente intacta pese al calendario. Y pese al duro asfalto al que le hubieran bastado unas adelfas. Pero alguien, afortunado, prefirió cuajar esta solanera de robustas y orgullosas buganvillas. Valientes, presumidas, sin esa languidez con que siempre las vemos recostarse rebosando tapias y pérgolas. No, aquí se yerguen como corpulentos parasoles salpicados de acuarela, espolvoreando en el aire a punta de pincel su bermellón de pétalos de papelina. Añicos de aquellas clámides moradas de abril que ahora se vuelven según los caprichos de la luz, provocadoras y chillonas de día y a la tarde litúrgicamente discretas. Algunas canas emplumadas en la coronilla de sus copas. Y el ajedrez de espumillas malvas, lilas de Indias, árboles de Júpiter, que las rellenan como las siemprevivas a los ramos de novia. Desde los arriates de la Universidad, atraídas por este pacto de belleza, cruzó también junto a ellas el clamor visual de los frutillos, las cycas desacomplejadas, las saltarinas flores de duende dejando ver sus olores. Música coral sobre el ruido urbano. Un indudable canto de resistencia de la primavera: que el termómetro marque si quiere una atmósfera sahariana y Babieca asome su lengua de sed por el relincho... que la jubilosa vida de pétalos y flores de estas buganvillas nos confirma que la primavera, como el Cid, sigue ganando batallas después de muerta.