Opinión
Manuel Bohórquez
Luto en la Familia Fernández
La Familia Fernández, gitanos y flamencos de Triana y Lebrija, perdió ayer a la madre de esta ilustre dinastía flamenca, la lebrijana Pepa Vargas, cantaora, hija de Quntín, esposa del cantaor trianero Curro Fernández y madre de la cantaora Esperanza Fernández, el guitarrista Paco Fernández y el bailaor Joselito Fernández. Pepa se sintió mal, con un fuerte dolor en el pecho, acudió a un ambulatorio de Camas y allí sufrió un brutal infarto con consecuencia de muerte. Corta y negra como una seguiriya de Frijones.
Ninguna familia está preparada para un mazazo así y menos ésta, que es una piña. Solo quienes hemos convivido mucho con todos sus miembros, desde hace décadas, sabemos por lo que estarán pasando, porque Pepa era el alma, una hija, esposa y madre ejemplar fuera y dentro de los escenarios. Una mujer de bandera, guapa, pura cantando, con ese rajo de los gitanos de su tierra, natural, preñada de compás, pero no de cualquier compás, sino de ese al golpe que es como el latido del corazón de los lebrijanos flamencos.
Ayer fue un mal día para mí recordando tantos momentos vividos con esta familia del arte en Triana, Alcalá o Lebrija, y también aquellos años, los ochenta, en los que la Familia Fernández recorría el mundo, los festivales de verano, con un flamenco de primera calidad. Recordé cuando se presentaron en Torres Macarena, con un Paquito Fernández que no daba con los pies en el suelo cuando se sentaba para tocar la guitarra, una Esperanza adolescente que soñaba con la voz de Lole Montoya y los brazos de Manuela Carrasco, y un Joselito más bonito que un San Luis que bailaba según los cánones de la Cava de los Gitanos de Triana. Estuve todo el día pensando en Curro Fernández, el patriarca, cantaor de los Puya de Triana, el mejor para el difícil oficio de cantar para el baile, porque adoraba a su esposa.
Me preocupa Curro, tan pasional, un viejo roble gitano que los años han debilitado. Un día me contó, llorando, cómo conoció a Pepa Vargas y acabamos llorando los dos y ahogando la emoción en vino. Quería hacer un espectáculo contando esa historia, su vida junto a la mujer que no solo le dio el amor sino a tres hijos como tres soles morenos, artistas y gitanos de bien. Pensé también en Concha Vargas, la gran bailaora lebrijana, una de las hermanas de Pepa, y en todos y cada uno de los miembros de esta familia, que hoy despedirán al puntal, a la mama sufridora y generosa que nos ha dejado con el corazón estrujado. Un eco puro del cante, de la tierra, que se ha ido al cielo de los buenos.
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