Albatros

Mascarillas

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Jesús Ollero ollerista
26 jun 2021 / 04:00 h - Actualizado: 26 jun 2021 / 04:00 h.
"Ocio","Contagios","Albatros","Coronavirus"
  • Foto: Ález Zea - E.P.
    Foto: Ález Zea - E.P.

Poco a poco van volviendo ciertas partes de la vida diaria a eso que podríamos llamar ‘su sitio’. Ya no es obligatorio llevar mascarilla en exteriores, va a haber público en estadios y espectáculos públicos, el ocio nocturno recupera posiciones, la gasolina está en máximos y de la luz mejor no hablamos. Dejando al lado cuestiones energéticas, donde no hay mucho debate y sí muchos cabreos, en las otras cuestiones hay cierta contestación y no deja de ser lógico que la haya. No hemos salido todavía de la época más compleja, atroz y desconcertante del mundo moderno pero haríamos bien en asumir una cuestión que me parece sustancial: es más que probable que nunca salgamos del todo. Así que vayamos despacio.

Para poder atravesar este camino lleno de minas que hemos conocido como Covid-19, la mascarilla se ha elevado como elemento esencial para frenar las sucesivas escaladas de contagios. Eso y la distancia entre personas, que muchos esperamos que haya calado lo suficiente como para grabar en muchos ciudadanos algunas de las más básicas normas de convivencia y de lo que en la época de mi abuela se llamaba urbanidad. Mientras cualquier médico o sanitario con el que hable le dirá claramente que no tocar los pasamanos y limpiar mesas y sillas cada vez que se levanta alguien no tiene la menor trascendencia (quitando la evidente: ¿tenía que pasar esto para que limpiaran las mesas?), la mascarilla sí ha jugado un papel fundamental para limitar los contagios. Ahora se la podrá quitar en ciertas situaciones. Ojo, podrá. No hay ninguna obligación de dejar de usarla en ningún espacio, igual que tampoco hay obligación de escuchar a Bad Bunny, ver Supervivientes o criticar a Morata.

Con un porcentaje de vacunación que supera el 50% de la población y una pauta completa que supera el 30%, podemos debatir si es el mejor momento o no, pero el adelanto tiene dos elementos a considerar: que los pinchazos van como un tiro, mucho más deprisa de las previsiones; y que el verano y el turismo pedían a voces algunas palancas con las que remontar. Dicho lo cual, retrasar la opción de quitarte la mascarilla en exteriores tres semanas o cuatro no habría tenido ninguna influencia en el epicentro de la cuestión: la educación.

Dejemos al margen las imágenes de cientos de jóvenes bebiendo en la calle porque tendríamos que hablar de demasiadas cosas a la vez. Vayamos al grano. ¿Hemos llevado mascarilla porque nos la han impuesto o porque hemos entendido su esencial utilidad? En esta y en otras situaciones de la vida, la demostración de que muchos sólo entienden la prohibición (y más aún, la sanción) es descorazonadora, y ahí los niños han dado una lección que muchos mayores deberían considerar. En todo este proceso, y de manera especial desde que la vacunación avanzó, es habitual cruzarte por la calle con demasiada gente que ha convertido la mascarilla en babero o directamente se la ha guardado. La utilidad de la mascarilla sigue ahí. Las situaciones en las que aún hoy es recomendable usarla siguen ahí. La necesidad de no ralentizar un proceso de inmunización esencial para que todo vuelva a funcionar es real, tanto como que el virus no se ha ido.

El Gobierno mete con calzador la obligatoriedad de llevar una mascarilla encima para responder a las situaciones donde su uso sea recomendable. Incontrolable ya el tema, se nos da mal la abstracción. En general sólo entendemos el sí o no. Esperemos que cada cual actúe de manera adecuada, aunque acertar aquí va a ser más difícil que estar de acuerdo con Luis Enrique, y que se lleve una mascarilla al menos por si acaso, aunque tenga más pelotillas que un jersey del chino y el color más comido que el payaso del anuncio.