Neandertales

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06 abr 2018 / 20:01 h - Actualizado: 06 abr 2018 / 22:29 h.

Marte Rodrigor labzgadoo.

El gen neandertal sigue ahí. Estaba latente, camuflado en el silencio forzoso de una muchedumbre que no tenía acceso a ningún tipo de megafonía social, y que de este modo regurgitaba su propio odio para consumo interno en el circuito cerrado de las entrañas familiares, de su pequeño círculo. Así, el aspecto general de la sociedad, el bodegón humano, dejaba ver a los intelectuales, los rateros, los políticos, los artistas, las eminencias, los famosos, los criminales y la gente anónima y abstracta, poco más, y esta visión colectiva más o menos aceptablemente proporcionada nos reportaba esa sensación de paz y de concierto que toda civilización necesita para conservarse. El mundo real no ha cambiado sustancialmente (porque la gente sigue siendo la misma y en lo elemental seguimos diciendo las mismas gilipolleces), pero nuestra percepción de él –la realidad– sí que lo ha hecho. Y de forma estrepitosa, alterando la estabilidad de esa fórmula que todos dábamos por buena. Ahora, la composición de ese bonito bodegón costumbrista que nos parecía asumible y que nos retrataba como sociedad se parece más a una pintada revolucionaria en un muro particularmente sucio y ruinoso próximo al derrumbe. Es el resultado de las redes sociales y otros medios de neandertalización de la convivencia, con todo lo que esto tiene de bueno y de malo, de esperanzador y de calamitoso. No importa si se habla de un desplante de la reina, de un golpista en fuga, de un político fullero o de un gol en propia puerta: lo más llamativo de nuestra nueva capacidad de convivencia pública es la extroversión del odio. A lo mejor tenemos que volver a extinguirnos. Pero así no va a quedar.