Seguimos pensando en salvar la Navidad, en una Semana Santa en la que no falte de nada y en una Feria divertida y espléndida. Seguimos queriendo pensar que aquí ni ha pasado ni pasa nada. Seguimos instalados en ese territorio en el que el peligro es relativo, que serán otros los que se contagien, y en el que los muertos son los padres de los que viven tres o cuatro calles más arriba. Seguimos pensando en una vida que ya no volverá a ser lo que era. Nos guste o no es lo que hay.
Esperamos una vacuna que convierta la Semana Santa en algo factible, que nos permita bailar sevillanas en una caseta o que facilite que los Reyes Magos se acerquen con normalidad a las casas españolas. Y lo que no queremos ver es que la vacuna facilitará las cosas aunque no resolverá el problema. Habrá menos contagios en el mundo, pero seguirá habiendo enfermos que mueran a causa de la Covid-19. Sencillamente, no hay tratamiento. Piensen en la gripe. Cada año acaba con la vida de decenas de miles de personas en todo el mundo (en España son 6.500 aproximadamente). Pues el SARS-CoV-2 llegó con la intención de quedarse. Como ya lo hizo el virus de la influenza (el de la gripe).
Queremos bailar, salir a la calle para que la vida no se convierta en un horror, rezar a la Virgen del Rocío o a la Macarena con devoción. Queremos que en Navidad todos nos podamos abrazar con alegría para celebrar la vida. Pero lo que podemos celebrar de momento es no estar muertos o que alguien cercano no tenga problemas serios a causa del coronavirus. Toca resistir. Ya va siendo hora de decir las cosas con claridad.
De la economía ni hablamos.