La vida del revés

Ojo por ojo a Pablo Iglesias e Irene Montero

Image
19 may 2020 / 06:00 h - Actualizado: 18 may 2020 / 18:58 h.
"Opinión","La vida del revés"
  • Pablo Iglesias e Irene Montero. / EFE
    Pablo Iglesias e Irene Montero. / EFE

Pues mi rechazo a los escraches es rotundo. No puede ser que un grupo numeroso de personas se plante delante de tu casa, de tu negocio, de tu puesto de trabajo o del restaurante en el que estás comiendo, para gritar, hacerte pasar un rato del demonio y echarte en cara cuestiones que hay que solucionar votando en las urnas cada cuatro años. Un escrache es un acto repelente y, si me apuran, poco democrático. No cualquier cosa puede ser democrática aunque se haga en nombre de esa libertad que tanto nos gusta y que tan poco cuidamos. ¿Imaginan a un tipo diciendo que va a matar a otro por que es libre para hacerlo? Ya sé que no se puede comparar, pero como ejemplo puede servir para ilustrar la idiotez que supone montar un escrache como exponente del paradigma de la democracia. Los extremos se tocan.

Esta vez les ha llegado la maldita hora del escrache a Pablo Iglesias y a Irene Montero. Efectivamente, fueron ellos los que pusieron de moda este tipo de prácticas. Aún no eran casta ni habían traicionado todo lo que proclamaban como verdad ¿Recuerdan lo del jarabe democrático? Pero, ni siquiera sabiendo eso hay que aceptar el escrache como acción justificada o saludable. Si Pablo Iglesias dijo que las casas de 600.000 era cosa de ladrones y ahora tiene una casa enorme y preciosa y valiosísima o si Pablo Iglesias ha defendido que un sueldo elevado es vergonzoso y ahora lo cobra multiplicado por dos, no puede convertirse en arma arrojadiza o en excusa para realizar escraches. Tampoco su gestión desastrosa de esta pandemia junto a Pedro Sánchez. Urnas, votos usando la cabeza, criterio. Nada de escraches.

A todos los que le pareció que los escraches que se hicieron instigados por Iglesias eran un insulto y una injusticia, hay que recordarles que, hoy, no tienen ni pizca de gracia y no son motivo de alegría democrática. Tampoco ahora lo son. Lo del ojo por ojo ya se ha quedado antiguo. Incluso en este caso.