Voy de mal en peor. La noche del pasado miércoles me dijeron que Júpiter y Venus bailarían juntos y me fui a la vega de Mairena con una manta para ver el espectáculo. La noche se nubló y no vi ni las estrellas. Se puede decir que me estrellé estrepitosamente. Si no llega a ser por el magnífico concierto que me ofrecieron una mochuela y un mochuelo, enamorados hasta las trancas, me hubiera cortado las venas en ese hermoso lugar ante decenas de conejos que paseaban bajo la luz de una luna que no acabó de encontrar un hueco por el que alumbrar mi perplejo rostro. De niño hacía mucho eso, tenderme de noche en un cerro para ver las estrellas y cuando veía dónde había caído una de ellas, de las que llamamos fugaces, me iba a buscarla y alguna vez acabé en Almensilla, que dista varios kilómetros de Palomares. Estoy en eso, en recuperar viejas costumbres con idea de salir de la rutina. Es la única manera de sobrevivir en este país cada día más insoportable, con la gente queriéndose matar y el Gobierno poniéndonos la mano en la boca para que ni siquiera podamos gritar de espanto.