Poder y Universidad

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18 abr 2018 / 19:00 h - Actualizado: 18 abr 2018 / 22:00 h.
"Tribuna"

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La Universidad es una pieza clave en el control del poder. Los poderosos lo saben bien y han hecho a conciencia su trabajo. Todo suena a cañería atascada de inmundicia. Un director de un máster dice que un rector le pide un apaño. El rector (que se sacude todavía la lacra copista de su antecesor) niega la mayor y piensa en demanda judicial. El director hace lo propio con sus discípulas –término algo rancio– que se debaten entre la ilegalidad por presión o que sus firmas fueron falsificadas, aliñado con amenazas y bajas por depresión. Se mezcla todo y se convierte en un caso garganta profunda. Filtraciones, supuestas venganzas y movimientos políticos contrarios, todo un Watergate a la ibérica que no sabemos si se llevará por delante a la alumna–presidenta en cuestión, que antes que cante el gallo niega lo evidente por enésima vez, culpando a la propia universidad por la falta de aclaración de su situación: sublime. El partido al que pertenece traga sapos, mira a otro lado, dilata, entretiene, da abrazos de Judas y prepara taponar la vía con sus socios conservadores que le avisan que la basura no se ha sacado y ya lleva días con hedor no sostenible. El caso parece destapar otros y se convierte en tópico, pasando a chascarrillo de parroquianos e ingrediente básico de las noticias en los medios de comunicación. La población perpleja, no entiende y opta por el descrédito generalizado.

Si no fuera porque es una realidad palmaria, suena a chiste malo. No he necesitado escribir un solo nombre o sigla política –ni falta que hace– para entender el patético sainete al que asistimos en estos días y que constituye un ejemplo más de la extendida podredumbre en nuestro sistema social. Como mucho es posible que el caso guillotine políticamente a la implicada, pero poco más. Sería ciertamente tan sorpresivo como le debió parecer a Capone ser acusado por evasión de impuestos. No se le dará más vueltas, llegada la urgencia, se sustituye la pieza del tablero y que pase el tiempo. Hace mucho que la política dejó de ser un espacio de argumentación tanto para los profesionales como para sus votantes. Votan y gobiernan por defecto, sin fisuras, por sumisión o por ignorancia, con inmoralidad o con arrogancia, no pasa nada. Si les preguntas o recriminas al ciudadano por su político elegido o al político por algo concreto, la respuesta es sonreír hipócritamente, ignorar el interrogante y decir lo que se estime oportuno y dispar, en una suerte de inmutabilidad de su pensamiento hueco.

La Universidad con mayúsculas es un estamento igualmente contaminado por estas derrotas de conducta, pero además tiene la triste capacidad de generar dos vertientes humanas lamentables: egos superlativos y cobardía. Como ente conforma parte de una red de servidores que encajan intereses ajenos y propios. En general, no se rige ya por los principios fundacionales del conocimiento universal, sino que se ha transformado en elemento clave de control del poder. Algunos tertulianos de distintas formaciones políticas –escandalizados– negaban las implicaciones, sintonías o conexiones de la educación superior con estructuras grupales e ideológicas. La politización es un hecho real mal que le pese a las almas pretendidamente puras. Si hemos llegado a tener hasta un director general de la Guardia Civil delincuente con currículum falseado (enjuiciado y sin que aparezcan sus millones), añádase al esperpento académico los banqueros corruptos, gerentes condenados del FMI, jefes de la patronal encarcelados más expresidentes de gobierno con cargos a posteriori en grandes empresas o fundaciones que han sido laureados Honoris Causa, en imágenes que ahora causan pudor. Las puertas giratorias y los servicios prestados te pueden hacer pasar fácilmente del Paraninfo a una consejería autonómica, ministerio o la dirección de una multinacional. Todo se arregla y lava de puertas adentro.

La institución se defiende y alardea de objetividad creando sus propios sistemas de auditoría en forma de agencia nacional de evaluación y calidad universitaria, aunque su primer director fuera acusado de plagio (epidemia nada edificante que nos deja sin criterio ante una actitud similar del alumnado). Los méritos investigadores –como medallero de hojalata– se convierten en artículos vacíos y falseados, y mientras a los prestigiosos académicos se les llena la boca de excelencia y ranking, repasen en qué se investiga y para qué, así descubrirán al servicio de quién está el conocimiento más especializado. Miren los proyectos y sus beneficiarios y analice si predomina el bien común. Detecten quiénes ocupan altos cargos y dónde se forman los dirigentes de los grandes oligopolios del mercado, la banca y la industria a escala global.

Pronto se cumplirán dos decenios de unos nefastos acuerdos universitarios (Bolonia) que clavó la tapa de cualquier alternativa factible. En España lo apuntalaron el bipartidismo, mientras que a las alternativas políticas actuales no parece preocuparles especialmente. Los grados universitarios se convirtieron en formación elemental; el postgrado (si económicamente te lo puedes permitir) en la diferencia a tener una opción limitada laboral; las titulaciones y según qué universidades en clave de la anulación de cualquier pensamiento divergente. El objetivo último del espacio universitario actual es formar al personal más cualificado y con más altas responsabilidades gestoras de todos los sectores laborales, pero eso sí, con una ideología monolítica, sin fisuras, que no cuestione lo establecido como dogma y pueda eliminar cualquier intento de rebeldía o articulación de alternativa a un sistema político y económico, que cualquiera que tenga dignidad y entendimiento sabe que es perversamente injusto. Se trata de crear ignorancia y sumisión, aunque esté revestida con toga, muceta, puñetas y birrete. Las universidades privadas tienen vía libre, las públicas se doman poco a poco. Esta dialéctica no es una visión automática y destructiva por capricho, es una visión realista y angustiada que nos sumerge a los disidentes en la oscuridad del discurso invisible, conscientes de la ausencia de conciencia social en la defensa de una universidad pública, crítica y promotora de los cambios necesarios que ni llegan a ser planteados como posibilidad.