Por ser rumana

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07 abr 2018 / 19:32 h - Actualizado: 07 abr 2018 / 19:33 h.

Ana tiene pasaporte rumano, aunque ni siquiera conoce el país de origen de sus padres. Una sola vez ha viajado a visitar a sus abuelos, hace ya algunos años, pero para ella fue, a todos los efectos, un viaje al extranjero. Ha crecido y estudiado en España y sus amigos, sus gustos, sus costumbres y la lengua que habla son españoles. Ana está a punto de cumplir los 18 y acaba de hacer un desagradable descubrimiento: hasta ahora nunca había sido consciente de que en España no la consideran una igual, de que sus raíces la convierten en objeto de discriminación.

La joven, como he dicho a punto de cumplir la mayoría de edad, se ha trasladado de ciudad para proseguir sus estudios, pero con las mismas ha tenido que volverse con sus padres, al cabo de un par de meses, sencillamente... porque nadie quiere compartir piso con una rumana. No ha habido manera. Ha sido víctima de un fraude, se ha quedado en una pensión con la confianza de que más temprano que tarde iba a encontrar un piso de alquiler, ha vivido de prestado con unos conocidos... pero finalmente ha tirado la toalla y ha vuelto a la casa familiar en un pueblo manchego sin ninguna confianza en sus expectativas de futuro y con la espeluznante revelación del rechazo y la marginación.

Pongamos que Ana, que es un nombre inventado, llegó a Sevilla con la reserva de un pequeño apartamento de alquiler realizada por internet, y que cuando le dieron las llaves se encontró con un cuchitril infecto, sin comodidades ni agua caliente, donde cualquier simple movimiento suponía un riesgo para la salud. Quienes le reclamaron la fianza por adelantado debieron dar por hecho que con esos apellidos no iba a ser muy exigente con la higiene. Eso sí, no le devolvieron el dinero adelantado pese a que las fotos que figuran en el anuncio de la vivienda casualmente estaban equivocadas y correspondían a otro inmueble del mismo propietario que ya estaba ocupado.

Luego vinieron días y días de visitas a inmobiliarias, llamadas de teléfono, búsquedas por internet para gestiones que siempre iban bien hasta que, a la hora de hacer el contrato, venían sus padres con sus nombres y apellidos rumanos estampados en sus correspondientes nóminas de ciudadanos responsables, integrados e ilusionados con los estudios de su hija menor. Al principio eran sutiles excusas –«no, mire, ese piso ya está reservado» o «lo siento, pero hay un error en el precio, son 300 euros más»– pero a la tercera o la cuarta vez, ante su cara de contrariedad, ya nadie se molestaba en excusarse: «no alquilamos a rumanos». Finalmente le pareció más fácil encontrar una habitación compartida en un piso de estudiantes, pensando que es habitual en estos casos que convivan varias nacionalidades... pero una y otra vez se encontró con caras raras, con miradas de soslayo y con negativas. Nadie quería compartir casa con ella. Por ser rumana.

Xenofobia: Miedo, odio, recelo, hostilidad y rechazo hacia los extranjeros. Una definición simple, que en el caso de los rumanos se cumple en toda regla. «Los rumanos es que tienen muy mala fama en España», reconoce Ana como si no fuera con ella, tratando de asimilar lo que le está ocurriendo y aprendiendo de golpe algo que la mayoría de sus compatriotas de bien asumen desde hace mucho tiempo, que eso de la integración es una hermosa palabra, un buen propósito y poco más.

La lucha contra este sentimiento negativo sólo resulta efectiva a base de conocimiento mutuo. Lo contrario es estar subordinado a tópicos y prejuicios que emponzoñan la convivencia. Empecemos por conocernos y luego ya se verá. ¿Sabían ustedes que el himno nacional rumano le canta a Trajano, el emperador romano nacido en Itálica? Ea, un apunte de historia para comenzar.