Qué dulce elegir una salida cuando hay pasión

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21 oct 2022 / 09:34 h - Actualizado: 21 oct 2022 / 09:36 h.
  • Qué dulce elegir una salida cuando hay pasión

El borde del precipicio está próximo. Poco a poco, la necesidad de decantarse por unos determinados estudios se acelera más cuando uno va recorriendo el tramo final del bachillerato. Por este motivo es conmovedor cómo mi hijo piensa a menudo que el nuevo curso que va a iniciar, aparte de la dificultad de las materias impartidas, va a ser más duro que el anterior y que en éste se va a hablar mucho de la selectividad (PEvAU, creo que se llama ahora). Sin contar además que todavía no ha encontrado la inspiración para escoger un grado determinado. En definitiva, hay iluminados con luz propia que saben qué elegir, otros que acabarán estudiando lo mismo que sus padres y otros tantos que aún siguen (y seguirán) muy blanditos en sus convicciones. Se trata ante todo de buscar un futuro si hay lugar para que exista.

Ante tanto presente incierto estoy seguro de que para muchos de nuestros hijos la búsqueda de una determinada formación debe ser como una lucha de gigantes. No saber si se va a poder vivir de ello, cuántos másteres va a tener que hacer uno en la vida, en qué país vas a currar, cuántos idiomas dominar, en qué piso vivir...; son oportunidades para engrosar el escepticismo y para seguir dándole al coco sobre qué carreras van a tener más salidas. Además, todo ello bajo de las palpitantes voces de que hacen falta carpinteros, fontaneros, agricultores y otros oficios de toda la vida.

Ya cuando la media de selectividad y del currículo del bachillerato te coloquen a las puertas de la facultad para adaptarte a otro formato distinto al del instituto, habrá que aligerar el peso de la gravedad de los estudios universitarios reafirmándose uno en la senda tomada y sabiendo que hay que echar mano del esfuerzo. Eso es la propuesta, pero la verdad es que muchos alumnos acaban dejando el grado o se encaminan hacia la depresión porque no encuentran la luz. Esto último es grave porque conozco casos en que la enfermedad puede llegar a trastornos mayores como el no querer salir de tu habitación en toda la vida. Los profesores, pues, verán en sus clases riadas de adolescentes mejor o peor formados, más aplicados o más incordiantes, pero no deberían olvidar los docentes que los conocimientos coexisten a menudo con el miedo al mundo y al lugar en que ocupar en él.

A muchos de nosotros, hace la tira de años, la elección de una licenciatura se movía por motivos poco razonables y nadie nos orientaba como ahora. En mi caso yo dudaba entre Filología Hispánica o Geografía e Historia. Bien, la profesora de literatura de segundo era muy buena, yo hacía redacciones destacables, se me daba bien el latín y el griego, leía bastante, con las matemáticas tuve profesores nefastos... Y además me gustaba una chica que acabó decantándose por la filología. Pues tras ella. Resultado: calabaza de la muchacha y odio a la fonética. Ergo me cambié a historia y seguí el camino de la geografía por motivos aún encriptados en mi cerebro o tal vez porque sacaba siempre sobresalientes o matrículas de honor en secundaria. Me gustaban pues los estudios humanísticos y tal vez la docencia (que no ejerzo), pero esta decisión que tomé no fue el resultado de sentir una pasión o una revelación por la carrera elegida. Fue una carambola.

No puedo echar toda la culpa a los profesores por mis decisiones, pero pocos se salvaron tanto en el instituto como en la carrera (hubiera ayudado un poco, la verdad). Pocos me entusiasmaron amén de que había mucho run-run en mi cabeza por entonces. Ruido que en la actualidad a la mayoría de nuestros hijos les viene por los medios digitales y el smartphone. No tienen tiempo para explorar cosas que estén fuera de la pantalla o tal vez esa irrealidad que ocupa el 99% de sus vidas les da demasiada información técnica acerca de grados, doble grados y otras especializaciones para supuestamente encontrar la luz. En este sentido siempre le decía a mi hijo en verano que dejara los cacharros un ratito, que se sentara en silencio y pensara las cosas que más le gustaban en su vida. Que reflexionara sobre qué profesores le habían entusiasmado más, que me hablara sobre sus ilusiones o sus habilidades. En resumen, que se diera una oportunidad a sí mismo, que no pensara pasados los años en un mañana como un lunes más. Pero me temo que como los de su edad, seguirá pensando en los títulos, en demás especializaciones y en las salidas más rentables. Es normal esta mecánica en un mundo tan competitivo y en una universidad diseñada en clave empresarial con créditos, debes y haberes. No veo crecer de manera mayúscula en él palabras como motivación o pasión. Tal vez la encuentre en la formación elegida o necesite otras oportunidades en su trayecto para encontrar lo que realmente le gusta. Quizás necesite equivocarse muchas veces para ser más sabio, pero siempre caminando hacia adelante.

Es una perogrullada decir que muchos enseñantes están hasta el moño de sus alumnos, del mismo sistema docente o del papeleo. Sé de estas razones y de muchas más. Pero también es cierto que muchos tienen vocación y les gusta su trabajo. Ramón Carande, el historiador, venía a decir que lo mejor en el mundo era trabajar en lo que a uno realmente le gustaba. Pues es una suerte, es una gozada, escuchar a amigos que a pesar de todo les gusta enseñar. Es música celestial escuchar a conocidos míos que son profesores universitarios de periodismo (el profesor Ramón Reig o la profesora Rosalba Mancinas) que aman apasionadamente su profesión. Pues bien ese corazón acabará latiendo en más de un alumno seguro. Si, además, tanto educadores como estudiantes se esfuerzan en su empleo, estoy seguro de que se completará la alquimia deseada.

Pero no olvidemos que nuestros pre-universitarios intentan hacerse un proyecto de vida. Es natural formarse para una profesión en el futuro o hacerse de un buen currículo, pero también es importante vivir cada momento de estudio con intensidad. Es decir, disfrutar del camino y no pensar todo el tiempo en la meta (hoy con más razones). Yo trabajo como administrativo, pero no dejo de envidiar a mi hijo cuando lo veo estudiar tantas horas al día con sus necesidades cubiertas. A menudo veo un destello en sus ojos cuando me revela un dato de historia o de economía que desconocía. Noto en definitiva cómo su ser se va cargando de certezas y que esas herramientas son buenas para comprender el mundo. Otras veces me dice que tantas cosas estudiadas desde primaria o secundaria para qué. Yo creo, como conclusión, que los conocimientos te hacen diferente y que con el deporte y la música se pueden salir de muchas crisis en la vida. En ese sentido me gusta escuchar las palabras de Nuccio Ordine cuando viene a decir que “la cultura y el estudio no solo sirven para una profesión sino también para formar ciudadanos libres capaz de razonar con su propia cabeza”.

En cuanto a la pasión, yo creo que cuando se encuentra hace que preocupaciones tales como buscarse la vida, pasen a un segundo nivel. Todo llegará tarde o temprano. Porque una motivación a prueba de bombas te inspira en la elección de caminos y la decisión correcta te hará más sano mentalmente. Pero para encontrar pasión/motivación hay que tocar las cosas, explorar mundo, hablar y hablar, leer, mirar montañas y ríos...

Así con todo, mientras el mundo no deja de temblar en el piso de arriba, dejo a mi hijo en su cuarto para que siga y siga estudiando. Debe seguir reclamando su derecho a elegir y a su propia existencia.