La vida del revés

¿Se puede ser presidente del Gobierno siendo guapo e imbécil?

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16 jun 2021 / 09:31 h - Actualizado: 16 jun 2021 / 10:23 h.
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La importancia de las personas se conoce por lo que hacen y no por lo que dicen de sí mismas o mandan decir de ellas. Un sujeto indeseable lo es aunque las masas aclamen y celebren lo que hace (piensen en Hitler y en las masas gritando a su paso); un hombre tonto lo es aunque le escriban discursos hondos que ni siquiera entiende cuando lee; una mujer mediocre lo sigue siendo hasta la muerte aunque por el camino alguien acierte al dar un consejo del que se aprovecha durante un tiempo. La importancia de las personas es directamente proporcional a su inteligencia, a su capacidad de diálogo y empatía, a lo que son capaces de aportar al resto de personas; y a su capacidad de amar a otros seres humanos. Sí, ya sé que queda algo cursi decir algo así en los tiempos que corren, pero la capacidad para amar que posee un ser humano es lo que le hace enorme o diminuto.

Vivimos en una sociedad en la que se premia ser mediocre e, incluso, malvado. No hay más que ver los programas de televisión en los que conviven un grupo de personas. Discusiones, insultos y odio comentado en los platós para triturar a las personas y echar de comer los despojos a las audiencias. Cuanto más maleducado es el individuo más posibilidades tiene de progresar en la televisión convertida en una picadora de carne fresca. Pero la cosa es mucho más grave porque esa dinámica alcanza, por ejemplo, al ámbito político.

Una persona guapa e imbécil podría llegar a ser presidente del Gobierno de España si contase con un equipo que le asesorara y le construyera una imagen adecuada. Seguiría siendo una persona guapa e imbécil aunque con la posibilidad de hacerse más poderoso. Y eso significaría que un imbécil podría hacer lo que quisiera en un momento determinado. Como todo el mundo sabe no hay tonto bueno, no existe un solo imbécil capaz de pensar en los demás. Por tanto, el peligro es brutal, inquietante y cierto.

Muchas veces pensamos que las personas que han tenido poder fueron o son maravillas de la naturaleza. En realidad, no son pocos los que tuvieron un golpe de suerte, los que llegaron por casualidad o de rebote, los que fueron colocados para perder y se encontraron con una victoria inesperada que aprovecharon con astucia. La Historia está llena de elementos que la cambiaron sin que nadie lo esperase. Pero la talla de esas personas siguió siendo ridícula y el tiempo colocó las cosas en su sitio. Es verdad que la gracia ha costado millones de vidas (Hitler o Stalin son ejemplos de mediocridad y de maldad superlativa) y que es triste estar en manos de seres insignificantes que creen poder mover los hilos de un mundo que ya está ordenado desde otros ámbitos distintos al político. Algunos son tontos hasta para no poder ver su propia realidad.

El día que un hombre o una mujer tenga una idea que aporte a la Humanidad un punto de coherencia, de justicia y de igualdad, el día que seamos capaces de valorar el amor y la fraternidad como aspectos fundamentales de la realidad, el día que dejemos de atender a discursos vacíos; en definitiva, el día que nos empecemos a interesar por nosotros mismos, por los seres humanos en su conjunto; otro gallo nos cantará. De momento, estamos en manos de mediocres. Y eso es malo. Si seguimos instalados en eso nos costará caro y no falta mucho tiempo para que lo podamos comprobar.

Por muy cursi que suene, solo nos queda el amor, la fraternidad, la empatía, todo lo bueno que tiene l condición humana. Es lo que tenemos para salir de esta. Solo eso.