Sobre Eastwood y Neruda

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15 dic 2018 / 08:56 h - Actualizado: 15 dic 2018 / 08:58 h.

Hace unos días falleció Sondra Locke, que fuera pareja de Clint Eastwood. El relato que la prensa española realiza de ella está basado en un Libro autobiográfico, del que Locke obtuvo pingües ganancias y en el que describía al cineasta de forma despiadada llegándolo a demandar, sin mucho fundamento y menos éxito procesal, aunque lo contrario tampoco cambiaría el sentido de este análisis discursivo.

En las relaciones de pareja no hay buenos ni malos. Son relaciones de poder, en unos casos tóxicas, en otras románticas, pero siempre de duración fugaz. Ultimamente, la toxicidad se ha convertido en tipo delictivo y así nos va, porque la desconfianza esteriliza el amor; como la ceniza el fuego, dejando sin luz el faro que hace imperdurable al ser humano.

También, hace poco se ha polemizado en Chile sobre la inoportunidad de llamar Pablo Neruda al Aeropuerto de Santiago, en un revisionismo forzado de lo que fue su figura al abrigo de una niña abandonada, mientras salvaba cientos de vidas republicanas desde la Embajada de Chile en Madrid, como su cónsul frente a las llamas.

Me temo que este mundo, como lo conocemos, camina inevitablemente hacia su ocaso. Un lugar donde los poetas son sojuzgados por sus vidas que ignoramos, es una apostasía que veda los colores amarillos que una vez nos deslumbraron y con los que pintaron nuestros días y nuestras noches.

Neruda es el maestro de la vida, de esa existencia en la que nadie podrá detener la primavera. De réplicas de buques que quedaron varados en la Isla Negra, como una suerte de mitomanía.

En cambio, Eastwood es el profesor de la muerte; ese lugar entre la nada y ninguna parte, describiendo lo que el libro milenario del Bhagavad Guita, negaba cuando la calificaba del reverso de la vida.

Hoy, por tanto, quiero recordarlos por lo que nos hicieron soñar. La melancolía es una industria en quiebra. Los productores de esperanza deberían ser productos protegidos, como las ciudades Patrimonio de la Humanidad.

No hay intelectuales ni poetas al abrigo de las sociedades modernas. Algunos de ellos se pelean por las poltronas de las Academias de las Buenas Letras o de la Lengua, como si alguna religión o creencia pudiera construirse desde una Iglesia.

Hay algo tenebroso en el ruido que hacemos al hacer el amor; algo que conjuga la agonía con la resurrección. Aquí se llegará pronto a prohibirlas.

En este tiempo de desolación de la quimera, tal vez sea el momento de trasladarnos a esa ninguna parte, desde donde escribiremos a esa niña perdida, aquellas cartas que sabemos que nunca recibirá.

Porque la única forma de esperanza, es pensar que escribir es un acto heroico con o sin lectores. Que mientras las pantallas van cegando la vista, aun habrá velas cuyas pupilas abra, porque el horizonte, como el itinerario, nunca será una realidad virtual.