Me gusta Sevilla desde niño, es mi ciudad preferida, pero en estas fechas suele ser realmente atractiva para el visitante y para quienes hemos crecido y casi envejecido en ella, que es mi caso. Se empieza a hablar ya de torrijas y de pestiños, y ahí muero. Precisamente una tarde de hace treinta años estuve a punto de palmarla por un atracón de pestiños en Triana. Tenía que ir a ver la salida de la Esperanza y como sabía que habría cola me zampé un plato de pestiños para tener aguante. Llegué de los primeros y conforme iba viendo que entraban en la calle Pureza centenares de personas, unas por Troya y otras por el Altozano, empecé a sentir claustrofobia, el amasijo de pestiños en la tripa se puso rumbero y tuve que salir de tan larga calle dando puñetazos. Pero no escarmenté y estos días ya sueño con los pestiños y las torrijas, con las saetas en los balcones y esa luz única que nos visita cuando el esquimo empieza a engalanar los olivos. Sevilla no es que sea hermosa, es que la hermosura es de aquí. Te estoy mirando y no sé/ si el amor vive en tus calles/ o tú en las calles de él.