De traditio, término latino que significa entrega, procedente a su vez del verbo tradere, esto es, entregar. Cualquier jurista –y entre los cofrades abundamos los de profesiones jurídicas– es capaz de rememorar esas lecciones de Derecho Romano que identificaban la perfección de los contratos con la entrega física de cosas o de símbolos, manifestando la voluntad de transferir la propiedad, o cualquier otro derecho real, a manos ajenas. Tradición en el mundo cofrade es tanto como decir valor, autenticidad y legitimidad. Esa traditio o entrega del legado patrimonial y espiritual entre generaciones es precisamente lo que hace reverdecer a las corporaciones, lo que las mantiene vivas y fecundas. Hay quien piensa que en Sevilla se acuñan tradiciones casi de manera espontánea, con el mero repetir de usanzas unos cuantos años. Pero en realidad Sevilla está perpetuamente depurando formas, que cuando están suficientemente contrastadas, se transmiten a la generación venidera. Como esto no es –afortunadamente– igual en todas las corporaciones, encontramos una variedad de ritos, o formas, que pudiéramos llamar tradicionales. Para que se me entienda bien: los pasos juanmanuelinos son tan tradicionales como los del Valle o Montserrat. Y es tradición valiosa mantenerlos en su esencia tal cuales son. Pero esa tradición –esa «entrega» a las siguientes generaciones– no lo es tan sólo del legado patrimonial o devocional. Existe un derecho tradicional, un conjunto de costumbres –normas jurídicamente válidas y aplicables– que el propio Código de Derecho Canónico avala como Derecho particular de las asociaciones de fieles. Y junto a ellas usos o costumbres no estrictamente jurídicas pero que conforman un cauce normativo también importante, que podríamos denominar las costumbres sociales de la hermandad. Su obediencia es también fundamental para asegurar la paz social y la convivencia diaria de esa hermosa realidad eclesial que llamamos Cofradía.