Si buscas Triana en la Wikipedia, aunque parezca mentira no aparece ni uno solo de sus artistas flamencos históricos. Todos son del siglo XX, muchos y buenos, que les han dado gloria al barrio en todo el mundo, como Manuela Carrasco o Antonio Canales, por no hacer una lista interminable. Pero Triana fue tan importante para el flamenco en el siglo XIX, que hubiera merecido citar al menos a los tres o cuatro fundamentales de la historia de este género andaluz, como fueron Ramón el Ollero, Antonio y Manuel Cagancho, José y Juan el Pelao, Curro Puya, Francisco la Perla, La Josefa, la Cuende y la Gómez, Fernando el de Triana y un largo etcétera.

Fernando no nació en Triana, pero se afincó de niño en el arrabal y, aunque nacido en la calle Pozo y bautizado en San Gil, era trianero castizo. Muchas de las más grandes figuras del flamenco trianero no fueron tampoco del barrio, como el Fillo padre y el Fillo hijo, Curro Pabla, la Andonda, Frasco el Colorao, Faíco o Mojigongo. Pero vivieron años en Triana y dejaron allí sus esencias. Hasta Frijones de Jerez y la Sarneta vivieron en el barrio sevillano, así como Diego el Lebrijano y su primo Rafael Flores Nieto El Piyayo, de Málaga, célebre por hacer una muerte en la calle San Juan Evangelista.

El flamenco en Triana era cosa de familias, y no todas fueron gitanas, aunque fueron eran las más influyentes en el cante. La de los Cagancho, por ejemplo, fue la gran familia flamenca de este rincón del mundo. Antonio Rodríguez Moreno, Tío Antonio Cagancho, era un gitano muy célebre en el cante, un verdadero maestro en las seguiriyas y los cantes de fragua. Pero el que sonó más fue su hijo Manuel Rodríguez García, Manuel Cagancho, el gran seguiriyero del barrio. No tanto su hijo Joaquín Rodríguez Vargas, padre del gran torero gitano Joaquín Rodríguez Ortega, Cagancho. Solo esta familia ya merecería un gran libro y apenas hay nada en Triana que la recuerde, solo un azulejo. Porque no se acabó en Joaquín Cagancho, que murió en plena Guerra Civil de 1936, lejos de su barrio.

Otra gran familia fue la de Juan el Pelao, el gran martinetero. Su hermano José también cantaba y quedó como un buen intérprete de soleares, pero el genio fue Juan, un gitano herrero, negro como un tizón, que tuvo su fragua en la calle Evangelista, donde nació. Cuando cantaba en el Arquillo, en la taberna de Rufina, mano a mano con Manuel Cagancho, el general Sánchez Mira se emborrachaba y, como los gitanos, se partía la camisa. Juan García Moreno, que así se llamó, era primo hermano de Francisco la Perla, otro de los grandes seguiriyeros de Triana, aunque se hizo cantaor en Cádiz, donde murió.

También fue una casa cantaora la de Curro Puya, el bisabuelo del malogrado torero Gitanillo de Triana. Son los Vega, una dinastía cantaora que llega hasta nuestros días, con una Puya auténtica, Esperanza Fernández. Su abuelo, Juan José Vega, y su padre, Curro Fernández, son de esa familia. El abuelo ya murió, que se templaba muy bien por soleá, pero Curro Fernández vive aún y es uno de los cantaores más hondos que han nacido en el barrio. Toreros y cantaores, marca de la casa de los Puya.

Hace algún tiempo descubrimos que el célebre Paco el Sevillano, o el Gandul, era también trianero. Francisco Hidalgo Monge, así se llamó, y le decían el Sevillano porque siendo un niño se fue a vivir a Cantillana, y en los pueblos ya se sabe. Pero era trianero de cuna y nada hay que lo recuerde en el barrio. A uno de los grandes cantaores del XIX, peón de confianza de Silverio y muy famoso en Madrid, donde, al parecer, acabó sus días el gran y olvidado artista, y un personaje de gracia.

Otras grandes familias o casas cantaoras de Triana vinieron de fuera, como, por ejemplo, la de Antonio Ortega Heredia, El Fillo. Nació en San Fernando (Cádiz), en la primera década del XIX, pero se afincó en Triana, donde se casó y tuvo a casi todos sus hijos e hijas. No al que cantó, Francisco Ortega Vargas, Fillo hijo, que, como demostró Luis Vázquez Morilla, nació en el Puerto de Santa María. Este hijo de Antonio el Fillo fue el que convivió con María la Andonda, de Ronda, y no de Triana, con la que tuvo hijos en Sevilla, Triana y Málaga.

Imposible seguir, por una cuestión de espacio, pero la Triana del XIX dio mucho más, tanto en el cante como en el baile. Una pena que no exista en el barrio, cuna de cantes, cantaoras y cantaores, un gran centro de documentación al servicio de los investigadores y los jóvenes artistas. Triana se ha dejado comer el terreno, con lo importante que fue y que sigue siendo en el mundo del flamenco, aunque se esté quedando como un solar.