Viéndolas venir

Una ley contra los petardos

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Álvaro Romero @aromerobernal1
02 ene 2023 / 12:14 h - Actualizado: 02 ene 2023 / 12:15 h.
"Viéndolas venir"
  • Jesús Hellín - Europa Press
    Jesús Hellín - Europa Press

Vivimos en una sociedad individualista, pero... paradójica, sorprendente y ridículamente ruidosa. Es extraño. Yo recuerdo, de pequeño, a grupos de jóvenes abrazados por la calle y cantando sevillanas a compás. O cualquier otra cosa. Pasaban cuando yo era un mocoso y me agradaba su coordinación musical sin aflojar el paso. También recuerdo las fiestas navideñas sin radio, con la música en directo de quienes cantaban y bailaban en las cocheras mientras otros ponían los filetes en la plancha. Pero ha pasado el tiempo y los jóvenes de hoy van hablando solos por la calle; la gente va presa de su móvil, con esos auriculares minúsculos en las orejas, cada cual en su mundo digitalizado, empaquetado, a su medida. Sin embargo, el ruido generalizado es mucho más atronador, más concebido para molestar por molestar, más inoportuno e impersonalizado, más plastificado y lanzado al aire para joder por joder, como si fuera una venganza sin destinatario concreto.

Cualquier día, a cualquier hora -y lo digo en plena Navidad-, un gracioso o unos cuantos lanzan un dineral de petardos gratuitamente, sin venir a qué, supongo -o queriendo suponer- que sin ser conscientes del daño que infringen a miles de animales y, lo que es peor, a personas que por múltiples razones no soportan el ruido y tienen que terminar arrinconadas como animales. También supongo que habrá quienes sí son conscientes de este drama porque hay quienes nos lo hacen saber, los dolientes. Hay madres de chiquillos con diversos síndromes que tienen gastadas sus bocas, sus redes y sus almas recordándonos qué ocurre cada vez que la gracia popular -oportuna o inoportunamente- se materializa en cohetes, petardazos y otras zarandajas ruidosas. Tan es así, que hermandades como la del Rocío de mi pueblo convinieron en dejar de tirar cohetes mientras transitaba por el pueblo, a pesar de la tradición. Al carajo la tradición si molesta a uno de estos pequeños. Al carajo la tradición si se violenta a algún Niño Jesús.

En rigor, el paso decisivo lo deberían dar las administraciones, empezando por los Ayuntamientos, aunque cada dos por tres se inventen una norma para no cumplirla. Con los petardos hace falta una norma real, concreta, realizable. No como esas de las mierdas de los perros, que es una auténtica mierda porque solo consiste en amenazar con 300 euros por mojón y luego todo es un mojón, es decir, los mojones por el suelo y que cada cual salte como pueda. Contra el petardazo generalizado durante días nadie va a creerse otra multita de esas de mentira, y menos aún en época preelectoral. Hace falta una norma seria, una reeducación seria, como las campañas que tan bien saben hacer para otros menesteres. Esto es más serio aún que las mierdas porque está en juego la salud mental de quienes no pueden escribir otro artículo como este, probablemente papel mojado en el desierto, pero con vocación de gritar a los cuatro vientos el escándalo de que los más débiles sean ensordecidos, pisoteados, violentados e ignorados por los petardos que tienen vía libre para todo. Ya saben a qué me refiero con los petardos.