Vallejo solo hubo uno

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Manuel Bohórquez @BohorquezCas
03 ago 2019 / 10:04 h - Actualizado: 03 ago 2019 / 11:29 h.
"Desvariando"

Dentro de cuatro días se van a cumplir cincuenta y nueve años de la muerte de Manuel Vallejo, el gran cantaor sevillano de la calle Padilla, barreduela de San Luis. Nació en 1891, el mismo año que Juan Talega y cuando la Niña de los Peines tenía solo meses. Ya había muerto Silverio Franconetti y Chacón era casi el amo del cante en Sevilla, con el Café del Burrero aún abierto, en Sierpes, y el Maestro Otero mandando junto a Ángel Pericet en la danza saevillana, que no en el baile jondo. Ahí mandaban Rosario la Moejorana, Gabriela Ortega, las Coquineras, las Macarronas y Ramirez. Era cuando Chacón y Fosforito el de Cádiz rivalizaban con las malagueñas en El Burrero y el Café Silverio.

Los comienzos de Manuel Vallejo como cantaor estuvieron vinculados a las academias de baile sevillanas, como le pasó a Silverio, Lorente o El Peinero. Sería sin duda un niño prodigio del cante, como la Niña de los Peines o el Niño de Escacena, pero su nombre empezó a salir en los periódicos cuando era ya un mozuelo de entre 17 y 18 años. En 1912 ya aparece cantando en una velada para turistas en el Teatro Eslava de Sevilla. Y en 1919, en el cartel del homenaje al cantaor Antonio Silva El Portugués. Siete años después, con 33, era ya la Llave de Oro del Cante, distinción que le fue entregada en el Teatro Pavón de Madrid nada menos que de manos de Manuel Torres.

Manuel Vallejo y la Niña de los Peines han sido los intérpretes del cante flamenco más largos de todos los tiempos. Es verdad que están ahí Manolo Caracol, Pepe Marchena y Antonio Mairena, pero ninguno de los tres fue tan largo. Manuel Jiménez y Martínez de Pinillos, Manuel Vallejo, se atrevió con todos los palos y en todos brilló a gran altura. Incluso en los llamados cantes básicos, que parecen reservados a los intérpretes gitanos. Me refiero a la seguiriya y la soleá, los estilos a palo seco y los de compás. Solo un ignorante puede decir como ocurre, que el sevillano no cantaba bien por soleares, seguiriyas, tangos y bulerías. Ahí está su inmensa obra discográfica.

Es verdad que lo encasillaron en las granaínas, los fandangos, las saetas y el cuplé por bulerías. Cada etapa del cante impone unos palos y lo mismo que a mediados del XIX había que ser seguiriyero o solearero, años más tarde malagueñero, cuando Vallejo empezaba había que ser fandanguero y saetero. Como saetero, por ejemplo, don Manuel no tuvo rival. Si acaso la Niña de los Peines, Manuel Centeno y Manuel Torres, y algo más tarde el Niño Gloria, el de la saeta sideral, como lo llamó Romero Murube. La noche que cantaba Manuel en algún balcón de Cuna, Sierpes, San Lorenzo o Trajano, era una fiesta de los sevillanos, que iban de una calle a otra como si dieran monedas de oro.

Nada hay que recuerde a esta gran figura en las calles de Sevilla. Como si no hubiera existido, cuando fue el rey del cante durante muchos años. Así lo llamó Pastora Pavón en uno de sus discos. “¡Viva el rey del cante!”. Es verdad que era un hombre raro, criticón y algo soberbio, que además se preocupó poco de cuidar el vallejismo. Pero una vez que murió, que se fue, Sevilla debió de hacerse cargo de su obra y de su memoria. Aunque solo fuera porque el maestro estuvo medio siglo llevando el nombre de la ciudad por todo el país. Todavía lo hace, aun ausente, y no solo por toda España sino por todo el mundo.

Esto lo hacen solo los grandes de un arte. Tuvo y tiene imitadores, pero Vallejo solo hubo y hay uno.