Vayan a los conciertos

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30 nov 2021 / 08:58 h - Actualizado: 30 nov 2021 / 09:08 h.
"Opinión","Música"
  • Vayan a los conciertos

La Música Clásica (que debería llamarse Histórica porque «clásico» sólo ha sido un periodo de apenas 30 años en nuestra Historia Moderna) ha sido desvirtuada hasta un punto demencial, pero del que no somos conscientes.

La Música sinfónica, por ejemplo, fue escrita para un escenario, para que viéramos el esfuerzo de los ejecutantes, el movimiento de las distintas familias de instrumentos, el diálogo entre voces de un contrapunto variado. Escuchar sin ver, como hacemos hoy con nuestros sistemas de audio y equipos de sonido, es una aberración similar a la que viviríamos si viésemos, por ejemplo, ballet sin música. Supongan que lleguemos a ser tan sofisticados diletantes que decidiéramos prescindir de la música para ver un ballet. Le quitaríamos la mitad del alma de la obra. De hecho, muchos compositores, como Gustav Mahler, por ejemplo, anotaron en sus partituras especificaciones de movimientos concretos en el escenario: «Levantar el pabellón» del instrumento en un momento determinado; «que el coro empiece a cantar sin levantarse de sus asientos», etc., que, por supuesto, no podemos «ver» cuando sólo escuchamos esa música.

Algunas personas, a lo largo de mi vida me han comentado: «Intenté aficionarme a la música clásica y me encerré en una habitación y me escuché las nueve sinfonías de Beethoven, pero no conseguí, con eso, aficionarme a la música». «Vaya usted a conciertos, señor mío», les contesto yo. Ahí es donde se vivencia la música en su justa medida.

Los compositores del pasado (hasta el siglo XX) jamás pudieron ni imaginar que algún día su música se capturaría en su vuelo invisible y se transportaría en dispositivos a lugares lejanos para poder oírla cuando se quisiera. Jamás pudieron imaginarlo. La música estuvo hecha para los salones, las iglesias y los teatros. Y lo que nosotros hacemos oyéndola solo, nos aleja de su sentido y, por tanto, de su correcta valoración.

Esta descontextualización tiene otras variantes que a mí llegan a resultarme hasta cómicas: Hoy escuchamos una Misa de Mozart, por ejemplo, en un teatro, en vez de una iglesia; con todos los números seguidos sin que intervenga en medio sacerdote alguno, lo que la hace mucho más pesada; tocada y escuchada por personas que pueden ser en su mayoría ateas, agnósticas o de otras religiones distintas; y que, por supuesto, apenas entienden palabra alguna del texto que se canta. Luego la gente te dice: «Me puse la pasión según San Mateo en el coche y no me llenó». ¿Estabas en una iglesia?, ¿entendiste el texto? ¿profesas el cristianismo Protestante? No, ¿verdad? Pues entonces, ¿cómo quieres que te guste si no entiendes el setenta y cinco por ciento de lo que ocurría?

Todas las artes tienen una funcionalidad según aquello para lo que estén creadas. La música de baile es para bailar, difícilmente te sentarías a escuchar diez sevillanas «en concierto»; la música religiosa pretende crear un clima de recogimiento místico y espiritual, no vale para ponérsela de fondo mientras te duchas; ha habido música para elevar el espíritu militar y combativo, que no escucharías mientras te tomas un té con tus tazas de porcelana británica; y tampoco pondrías la Quinta de Beethoven mientras meriendas con tus amigos...

Pero la ignorancia actual lo resume todo en «me gusta» o «no me gusta». Un reduccionismo absurdo que requiere ser contestado con un «Me gusta ¿para qué?».