Vicente Soto y sus coplas de desagravio a la mujer

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Manuel Bohórquez @BohorquezCas
15 mar 2018 / 22:38 h - Actualizado: 15 mar 2018 / 22:39 h.
  • El cantaor Vicente Soto rinde homenaje a la mujer en su último trabajo. / Efe
    El cantaor Vicente Soto rinde homenaje a la mujer en su último trabajo. / Efe

Vicente Soto Barea es hijo del que fuera también gran cantaor, Manuel Soto Monge El Sordera, ambos de Jerez y pertenecientes a una destacada casa cantaora de esa tierra a la que pertenecieron, Paco la Luz y el Sordo la Luz, La Serrana y La Sordita, entre otros intérpretes del llamado cante gitano, gitano-andaluz o flamenco, como El Gloria, y el baile más castizo. El Sordera, que fue un gran maestro, tuvo siete hijos, cuatro de ellos artistas conocidos: Vicente, El Bo, Sorderita y Manuel, todos grandes profesionales. Vicente es el maestro de la familia, quizá el más reconocido entre los cabales, y Sorderita el creador. Fue de los fundadores de Ketama y es un verdadero artista inquieto y lleno de proyectos.

Vicente Soto nació en el Barrio de Santiago de Jerez, que para un artista flamenco es como para un sevillano nacer en La Cava Nueva de Triana. Guitarrista al principio, siendo un niño, siempre tuvo el cante en la cabeza. Como su padre se afincó en Madrid para vivir de los tablaos de la capital de España, desde muy joven vivió ese ambiente de los sesenta, por ejemplo el que solía haber en Los Canasteros, el tablao de Manolo Caracol. Y cuando ya supo que lo suyo era el cante, se enroló en compañías de baile como las de Antonio Ruiz, Antonio Gades o Manuel Vargas, con las que recorrió el mundo y se convirtió en un gran profesional del flamenco.

Tiene una extensa, variada e interesante discografía en solitario, que comenzó en 1986 con Pessoa flamenco, obra en la que ya apuntaba unas inquietudes al margen de su afición a la tradición familiar. Algunos de sus discos más destacados son El Ritmo de la sangre (1988), Jondo espejo gitano (1990) y su trilogía Tríptico Flamenco, editada entre 1994 y 1995. Más de una docena de obras en la que ha demostrado, primero, que es un excelente cantaor. Luego, que siempre ha aspirado a ser algo más que eso, un artista abierto a vivir apasionantes aventuras flamencas.

En Coplas de desagravio a la mujer, y alguna del propio cantaor, Vicente Soto ha querido rendir homenaje a todas las mujeres del mundo, pero sobre todo a las flamencas. Desagraviar significa reparar, y el maestro sabrá el porqué de esta obra, quizá algo oportunista porque vivimos un momento de denuncia del machismo en el flamenco, que yo creo que no ha habido tanto como se dice. En el siglo XIX, dos antepasadas suyas, La Serrana y La Sordita –hijas del cantaor Paco la Luz–, eran dos figuras en los cafés cantantes, es decir, dos grandes profesionales, gitanas y mujeres. Cantaban y bailaban en los escenarios como hoy lo hace su hija Lela, una joven que apunta maneras.

Con letras del poeta Rafael Lorente, el maestro jerezano ha grabado una docena de cantes tradicionales. Palos como las bulerías, las alegrías, las seguiriyas, los fandangos por soleá, los tangos del Piyayo, las malagueñas y las mineras. Con colaboraciones de cantaoras como La Macanita, Melchora Ortega y su hija Lela. Y un plantel de guitarristas jerezanos como Alfredo Lagos, Diego del Morao, Manuel Parrilla, Nono Gero y Juan Diego Mateos, además de varios músicos más, entre palmeros y jaleadores.

Una obra cuidada, grabada en los estudios jerezanos del cantaor David Lagos, en la que Vicente Soto Sordera vuelve a poner su enorme humanidad de cantaor pegado siempre al cante más tradicional. En esta ocasión homenajeando a la mujer en desagravio por lo discriminada que han estado, según él. Por fortuna, los tiempos han cambiado.