Volkswagen se tiñe el pelo

Image
03 oct 2015 / 23:54 h - Actualizado: 04 oct 2015 / 08:26 h.
"La segunda vez","Automóvil"

Ahora que el otoño ha entrado de lleno en el calendario, dos son los asuntos que ocupan las portadas y sobre los que conviene reflexionar. El primero, tremendamente aburrido: el Cohent. Forma masculina del vocablo valenciano: Cohentor; cuyo significado mezcla cursi, cateto y delirios de grandeza. Le viene al pelo al presunto manguta catalán, presunto testaferro de los Pujol y, hasta antes de ayer, presunto presidente de la Generalidad. Lo dicho, tedioso personaje, fastidioso análisis y soporífera escritura. En definitiva, como no quiero que se duerman leyendo, paso al segundo asunto, los autos.

La imagen del agresivo vendedor de coches americano, capaz de endilgarte el más deteriorado y viejo del escaparate, haciéndote creer que sales con una ganga dotada de personalidad, ha pasado a la historia. Volkswagen, lo ha conseguido. El escándalo de las emisiones protagonizado por la conocidísima, prestigiosísima, marca germana, ha elevado a los sonrientes yanquis, vividores de la segunda mano, a los altares de la honradez.

Llegan los alemanes, urden un programa (llamado también software) que, a modo de tinte masculino para, disimular las canas, parecer y, sobre todo perecer, más joven, convierte tu flamante automóvil diésel en un alma caritativa para el medio ambiente, sin serlo. De esta guisa, con el certificado de «bajo en emisiones contaminantes» en la guantera, cualquiera entra de lleno en el exclusivo, pero atiborrado, club de los respetuosos con el entorno. VW, lo sabía.

Siliconarse, o colorearse la cabellera, está de moda. En la artificialidad mentirosa del labio y predios colindantes, la pugna mundial sigue entre Alicia Sánchez-Camacho y Cristina Fernández de Kirchner. En cuanto a la acuarela capilar masculina, está tan extendido el combate que, nominar los dos primeros puestos, resulta imposible. Lo cruel de ambas tretas, es que saltan a la vista, son burdas manipulaciones.

Volkswagen venía sometiendo a millones de automóviles, a una sofisticada operación estética, amigable, sin serlo, con el ecosistema. Descubierto el ardid, las culpas se han puesto encima de la mesa sin pestañear, sin esperar al eterno pleito. «La hemos cagado», asumía uno de los jefazos. Recuerdo aquella cirugía a la que, por prescripción facultativa del consejo de administración, se sometieron las cuentas de Enron. El cirujano, Arthur Andersen, no tardó en caer y desaparecer con toda su reputación.

Y yo, que soy así, me pregunto... ¿Por qué en el ámbito público nadie asume responsabilidades a no ser que haya varias instancias judiciales condenatorias...? Pujoles, urdangarines, esposas de pujoles y urdangarines, los ERE, las becas que se errejonan sin trabajar, las financiaciones de algunos partidos políticos, desde fuera o desde dentro, «se fuerte Luis...». En definitiva, burdas artimañas de más o menos peso monedero, perdón, monetario (en quién estaría yo pensando), pero tinglados al fin y al cabo en los cuales todos miran para otro lado. Nadie en el ámbito público parece que la cague, cuando en realidad, se da con mayor frecuencia que en el privado. El Cohent, por ejemplo, también nos quiso timar con su argucia independentista; inyectando silicona nacionalista y oscureciendo el pelo, color estrella roja, a unas elecciones, en verdad, autonómicas.