Viéndolas venir

Ya no me gusta la normalidad

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Álvaro Romero @aromerobernal1
12 may 2020 / 13:01 h - Actualizado: 12 may 2020 / 13:02 h.
"Viéndolas venir"
  • Ya no me gusta la normalidad

No, ya no quiero que vuelva eso que llamábamos la normalidad. No me gusta ser normal, corriente y moliente, amenazador de esa cotidianidad peligrosa por la que no rompíamos un plato pero el mundo iba de aquella manera, es decir, a punto de explotar y al margen de nuestra indiferencia. La normalidad me parece ahora sinónimo de vulgaridad, de pasotismo, de íntima irresponsabilidad, o sea, incapacidad para responder a nada, como si nada fuera con nosotros; nosotros, tan para nada, como todo el mundo, en antológica frase de aquel sabio sevillano: todo el mundo va a lo suyo, menos yo, que voy a lo mío. Pues eso. La normalidad es antónimo de compromiso, de solidaridad, de entrega, de empatía, de esa breve sensación vivida solo unas semanas de tener una doméstica misión en el mundo, más allá de trabajar a diario para ir el sábado al supermercado...

El confinamiento nos ha forzado a mirarlo todo de puertas para adentro, que es donde normalmente no ponemos el foco porque tenemos la mirada acostumbrada a la virtualidad del más allá, a la falsedad de la promesa, a la ilusión del tan largo me lo fiais, a la casa del mañana sin saborear nuestra propia casa. Pero de ese descubrimiento amenaza con liberarnos la desescalada, con todas sus fases, que a mí me suena a desfase, o sea, a volver a lo de siempre, a lo de antes, a la normalidad, a que cada palo aguante su vela, a que si te vi no me acuerdo, y aquí paz y después gloria. Cierto político empleaba mucho eso de “la gente normal” como muletilla. Y a mí me inquietaba muchísimo cuando lo oía con ese tono de hombre razonable, con aquella evidencia de que hablaba para la inmensa mayoría de los ciudadanos: “la gente normal”, decía y creo que a todos nos recorría un escalofrío por sospecharnos fuera de esa clasificación en la que tal vez hiciera demasiado frío.

Esta crisis sin precedentes que no termina tiene vocación de concluir con la normalidad de nuevo, la nueva normalidad, dicen. Pero uno ha descubierto que precisamente la gente poco normal, los héroes anónimos que han trabajado en silencio, los profesionales que se han sacrificado sin premio, los responsables a quienes apenas les ha llegado el eco de unos aplausos también en cuarentena, la gente atípicamente solidaria, entregada, rara, es esa gente que nos ha venido salvando, redimiendo, demostrándonos que precisamente el mundo –aunque tendamos a olvidarlo tan temprano- no iba nada bien por culpa de esa contraproducente educación sentimental para conseguir ser personas normales.