Opinión

El Correo

Insultos y disparates como centro de la política española

EFE / SERGIO PÉREZ

EFE / SERGIO PÉREZ / El Correo

Para avanzar en cualquier ámbito de la realidad, para construir algo mejor de lo que tenemos, necesitamos que en las sociedades actuales no exista espacio alguno para la crispación, para la lucha de trincheras y, mucho menos, para el insulto indiscriminado y violento.

La política española se ha instalado, hace demasiados años, en el frentismo, en la batalla constante, en niveles de calidad pésimos y en un discurso que no puede generar nada que no sea rencor, división y retraso para un progreso que siempre está por llegar en su máxima expresión.

No tiene ninguna gracia que veamos al líder de la oposición (un cargo político de enorme importancia en el que descansa la responsabilidad de equilibrar fuerzas e ideas en la política parlamentaria) con una cesta de fruta junto a la persona que puso de moda la frase ‘me gusta la fruta’ para hacer un chiste refiriéndose a lo que ocurrió en realidad. No se puede llamar hijo de puta al presidente del Gobierno de España (estando en el Congreso de los Diputados) y que eso se convierta en una alegría colectiva, en una carcajada celebrada por muchos. Y no puede ser porque es una auténtica vergüenza que representantes políticos se dediquen a eso en lugar de avanzar. Normalizar algo así es inapropiado e inaceptable. No se puede decir que el pueblo terminará queriendo colgar por los pies al presidente del Gobierno y, a continuación, añadir que ya no se puede decir nada en este país y que somos un pueblo que no aguanta una frase hecha o, lo que es peor, decir que esa frase se refiere a un hecho histórico y poco más y que se lo ha ganado a pulso el señalado. Tampoco se puede tratar con desdén al adversario político, ni se puede mentir una y otra vez a un país entero. El engaño en política debe condenarse sin paliativos y Pedro Sánchez ha pasado demasiados rubicones apoyado en el embuste.

No se conoce empresa en la que se consigan objetivos si los empleados están a la greña con el empresario y entre ellos; no se conoce familia que logre estar unida y preparada para afrontar el futuro si sus miembros discuten por la herencia o por cualquier asunto que ataña al grupo, no se conoce país que pueda avanzar mientras la población está polarizada hasta el extremo, mientras los ciudadanos aceptan y hacen suyo un juego político embarrado y mugriento.

Si el nivel al que hemos llegado en España es reír una gracia que es, en realidad, un bochorno -como este asunto de la cesta de fruta- haciendo alusión a un insulto gravísimo, si el nivel no alcanza a tener ideas solventes y serias para enfrentar problemas que afectan al conjunto de los españoles, es que el camino es el equivocado y sólo puede llevarnos a un desierto de ideas y fracasos.