Cofradías

Muñoz y Pabón, cien años después (y II): El Rocío, la Macarena y... Joselito

El canónigo participó activamente en la llamada coronación “popular” de la Esperanza, alentó la coronación canónica de la Virgen del Rocío y defendió la figura de Gallito

31 dic 2020 / 09:25 h - Actualizado: 31 dic 2020 / 09:25 h.
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  • La Virgen de la Esperanza, bajo el fundamental palio rojo de 1908 y tocada por la corona de Reyes.
    La Virgen de la Esperanza, bajo el fundamental palio rojo de 1908 y tocada por la corona de Reyes.

Habíamos dejado en la primera parte de este especial al impar canónigo de Hinojos rondando por San Lorenzo. Ahora toca marcharse a San Gil. Es sabido que la Virgen de la Esperanza fue coronada tres veces entre 1913 y 1964 con la corona de Reyes. En la primera de esas imposiciones, la que se ha venido en llamar “coronación popular”, había vuelto a ser imprescindible el concurso de Muñoz y Pabón. Aquella joya no dejaba de ser la guinda de la imparable revolución estética catalizada por Rodriguez Ojeda que resumió en su fundamental palio rojo de 1908 el revisionismo ornamental que había comenzado algunos años antes, a raíz de la restauración de los paramentos del Ayuntamiento que supuso la creación del palio iniciático de las Cigarreras por parte del pintor ornamental Pedro Domínguez. Todo ello hay que entenderlo en medio de un proceso imparable que convirtió al Renacimiento y el Plateresco en el nuevo arte de las cofradías y de toda una ciudad que empezaba a reinventarse mirándose en sus mejores espejos.

La nueva corona, labrada en oro puro con técnica de joyería por la familia Reyes, costó doce mil quinientas pesetas de hace más de un siglo, una fortuna fabulosa que pudo ser reunida gracias a la venta de unos títulos de Deuda que poseía la hermandad. Pero aún faltaban tres mil pesetas que salieron de una novillada celebrada en la plaza de la Maestranza el 14 de agosto de 1912 en la que actuó desinteresadamente -ojo- Joselito El Gallo, novillero aún e íntimo de Muñoz y Pabón. La corona era una realidad pero había que imponérsela a la Virgen con una solemnidad acorde al imparable fervor que ya despertaba la Esperanza.

La coronación “popular” de la Macarena

La batuta de Muñoz y Pabón volvió a ser fundamental en la organización de la ceremonia, celebrada en San Gil el viernes de dolores de 1913 y bendecida por el arzobispo Almaraz. Pero el prelado no fue el encargado de imponer la nueva presea en las sienes de la Virgen. ¿Estaba marcando las distancias legales para certificar que no se trataba de la preceptiva y rarísima coronación canónica? Daba igual: a la que pasaría a la historia como coronación popular de la Macarena no le faltó su cardenal, tampoco su propio manto: el camaronero de Juan Manuel Rodríguez Ojeda y el estreno de unas joyas fundamentales para entender la iconografía contemporánea de la dolorosa de la Madrugada: las célebres mariquillas de cristal verde que había adquirido Joselito, seguramente por indicación de su amigo Juan Manuel que, con el propio Pabón, formaron un curioso triángulo creativo que cambio la fachada de la cofradía.

La ceremonia, con la Virgen entronizada en su palio, sirvió de colofón a los cultos cuaresmales de aquel año. El Correo de Andalucía recogió los detalles de aquel fastuoso ceremonial: “La hermosa imagen de la Esperanza se hallaba colocada en el paso vistiendo la saya y el manto con el que hace estación y luciendo todas las joyas”. El texto también señalaba un dato fundamental que remarcaba el protagonismo de nuestro canónigo: “Terminada la bendición, el canónigo lectoral señor Muñoz y Pabón, revestido con traje coral y acompañado de reyes de armas subió al paso de la Virgen y colocó a Nuestra Señora la hermosa corona de oro”. El dato no es baladí y conviene recalcarlo. Fue Muñoz y Pabón -no el cardenal Almaraz- el instrumento de esta coronación popular que se adelantó medio siglo a las bulas de Roma. La Virgen ya tenía su manto, su paso y su corona. Y el nombre de Muñoz y Pabón se unió al de otros personajes y actores fundamentales -Gestoso, Domínguez, Rodríguez Ojeda y hasta Joselito- que iban a cambiar para siempre la envoltura de la propia Semana Santa.

Muñoz y Pabón, cien años después (y II): El Rocío, la Macarena y... Joselito
La corona de oro de la Macarena fue labrada en la joyería Reyes.

Llegados a este punto conviene recalcar una vez más el papel que jugó Pabón, que además de ser íntimo de José fue el inspirador intelectual de algunas de las caras de la revolución poliédrica que se estaba obrando en el seno de la hermandad de la Macarena. Se ha analizado hasta la saciedad el papel renovador de Juan Manuel Rodríguez Ojeda, reinventor de la estética de la cofradía popular; también se ha subrayado en los últimos tiempos como merecía el rol de Joselito El Gallo como financiador de los proyectos de su amigo Juan Manuel. El vértice que faltaba era Muñoz y Pabón...

La coronación canónica de la Virgen del Rocío

La coronación canónica de la Esperanza tendría que esperar más de 50 años a esa coronación popular pero Muñoz y Pabón ya había vivido de cerca los pormenores de la coronación canónica de la Virgen de los Reyes, un proceso iniciado por Marcelo Spínola antes del cambio de siglo que se culminó con la solemne ceremonia celebrada en la catedral el 4 de diciembre de 1904. ¿Germinó entonces la idea de solicitar el rarísimo privilegio para la Virgen del Rocío? Los vientos regionalistas y la inmersión de Muñoz y Pabón en la cultura costumbrista y popular hicieron el resto.

Muñoz y Pabón, cien años después (y II): El Rocío, la Macarena y... Joselito
Muñoz y Pabón fue uno de los motores fundamentales del proceso que desembocó en la coronación de la Virgen del Rocío.

Un célebre artículo publicado en El Correo serviría de chispazo definitivo: “La pelota está en el tejado”. Ése era el título de la pieza que salió en la edición del 25 de mayo de 1918, sábado posterior a Pentecostés, para animar a la coronación canónica de la Reina de las Marismas. Esa bandera ya la habían enarbolado, entre otros, el párroco de Niebla, Cristóbal Jurado Carrillo, pero el artículo del jovencísimo diario sevillano fue el verdadero detonante de unos acontecimientos que se desataron sin solución de continuidad hasta conseguir que a la Virgen del Rocío le fuera impuesta la corona de oro en un tiempo record. “La imagen de Nuestra Señora del Rocío, Virgen la más popular de toda esta Andalucía Baja, con culto el más ferviente y la más acendrada devoción en las dos vastas provincias de Sevilla y Huelva, no está canónicamente coronada, y lo debiera estar”. Así encabezaba Pabón el famoso artículo, que tuvo la virtud de lanzar la célebre pelota a otros ilustres rocieros que acabarían convirtiéndose en los principales valedores de la iniciativa.

Todo estuvo listo en apenas un año. El cardenal Almaraz hizo suyo el proyecto desde los primeros momentos y aportó su rico anillo pastoral para la realización de la corona. Tampoco tardó en elevar al Capítulo de San Pedro del Vaticano -que tenía la prerrogativa de aprobar las coronaciones pontificias- una petición que se iba a aprobar en pocas semanas. El 11 de septiembre siguiente, un telegrama llevaba la buena nueva al palacio arzobispal . No debió ser ajena a aquella celeridad, además de la mano de la Virgen, que el cardenal español Rafael Merry del Val fuera prefecto de los canónigos romanos...

Pero hay que volver a 1918. El tiempo apremiaba y pronto se planteó la cuestión de la corona. Desechados los primeros proyectos, se impuso el criterio, cómo no, de Muñoz y Pabón, que se decantó con vehemencia por una réplica de la presea de la Inmaculada Grande de la catedral sevillana, obra de Juan de Arfe. El encargado de la recreación fue el platero Ricardo Espinosa de los Monteros. También hacía falta dinero: Pabón se apoyó en su amigo Joselito para organizar un festival en la flamante y efímera Monumental de San Bernardo que ayudara a enjugar los cuantiosos gastos contraídos en el proceso de coronación.

Muñoz y Pabón, cien años después (y II): El Rocío, la Macarena y... Joselito
Joselito organizó un festival en la plaza Monumental para sufragar los gastos de la coronación de la Virgen del Rocío. Foto: Archivo Luis Rufino

Finalmente todo estuvo preparado. Había corona, licencia pontificia y una fecha escogida. Nuevamente hay que ir a la mejor fuente, la crónica de El Correo de Andalucía publicada el martes siguiente a la efemérides, para acercarnos a los avatares de aquel 8 de junio de 1919, domingo de Pentecostés: “Esta mañana a las cinco, se trasladó el Sagrado Simulacro desde su altar al que se ha dispuesto fuera de la ermita para la ceremonia de la coronación”. El enviado especial de El Correo daba cumplida información de los detalles que rodearon la ceremonia haciendo especial hincapié en el momento de la coronación, posterior a la celebración de una misa oficiada por el provisor de la archidiócesis.

Las escasas fotografías de la época reflejan el momento siguiente y la precariedad del altar efímero que se montó para la ocasión. Junto al cardenal Almaraz, muy cerca de la imagen de la Virgen del Rocío, se advierte la sotana negra de Muñoz y Pabón. “Acto seguido, el señor Cardenal se reviste de sobrepelliz y mitra, da la bendición a todos los presentes y a continuación sube al paso de la Virgen y coloca sobre la cabeza de la Sagrada Imagen y la del Niño las coronas que le ofrenda el amor de sus hijos. El momento resulta indescriptible. Las aclamaciones se suceden continuamente. Las bandas interpretan la Marcha Real y la pluma se cae de las manos.... El señor Muñoz y Pavón (sic) sube al paso y afianza las coronas; al bajar tiene que hincarse, tapándose el rostro con las manos para ocultar su inmensa emoción... Aún dura el entusiasmo en el momento que escribimos estas cuartillas que no podemos alargar si queremos, dada la escasez de comunicaciones, lleguen hoy mismo a Sevilla”. El canónigo se había salido con la suya.

La muerte de Joselito

Al impar calonge, fumador infatigable, le quedaban poco menos de un año de vida en aquel momento emocionante de la aldea del Rocío pero aún iba a tener tiempo de firmar una de las páginas más hermosas de aquel tiempo irrepetible. Pero hay que recalcar antes un dato: Joselito había encontrado en la corporación de la Macarena la devoción de su vida e hizo de la Virgen de la Esperanza un auténtico asidero en los momentos de zozobra. Esa relación se reforzó con la amistad de dos actores fundamentales para entender la pujanza de esta hermandad fundamental: el propio Pabón y Juan Manuel.

Pero José encontró la muerte el 16 de mayo de 1920... Las páginas de El Correo de Andalucía vuelven a recordarnos qué pasó en Sevilla en los días inmediatos a su muerte. El diario decano de la prensa sevillana salió a la calle el día 23 refiriendo los detalles del fastuoso ceremonial celebrado el día antes en la catedral de Sevilla por el eterno descanso de Joselito El Gallo, rey absoluto de la torería de su tiempo. Gallito se había adentrado en el Olimpo de los héroes después de caer muerto en las astas de Bailaor, el toro de la oscura ganadería de la Viuda de Ortega que había segado su vida en el ruedo de Talavera de la Reina. La llegada del féretro a la Estación de Plaza de Armas fue el comienzo de una impresionante manifestación de duelo que, como suele acontecer en esta bendita tierra de María Santísima, no fue del gusto de todos.

El día 22, en su edición vespertina, El Correo ya había incluido otro memorable artículo de Juan Francisco Muñoz y Pabón en el que defendía con vehemencia los póstumos honores catedralicios para el coloso de Gelves. La nobleza y la alta burguesía agraria de la época se habían echado las manos a la cabeza: la Catedral de Sevilla no podía ser el escenario de los funerales de un simple torero que, para más inri, tenía un ramalazo gitano. Merece la pena desempolvar el texto del inimitable canónigo en la valiosa hemeroteca de El Correo. Pabón pegó un severo repaso a las fuerzas vivas hispalenses señalando, entre otras perlas, que “si Joselito no ha sido tan funesto para la nación y para la Iglesia como lo son los políticos -aquí entran también los locales-, nadie tiene la culpa”.

El canónigo tampoco se cortó al afirmar que “en las honras de Joselito ha estado toda Sevilla, empezando por vosotros, los títulos y los grandes, y acabando por los pobres y los humildes. ¿Es que os duele el contraste?... El remedio no está en Roma: mereced ser queridos en vida y llorados en muerte. El pueblo hará lo demás”, escribía Muñoz y Pabón en las páginas de nuestro periódico sin dejar de adornarse al lanzar un último dardo: “Por cierto que no han faltado títulos de Castilla -asistentes al acto- que han sentido escándalo de que todo un Cabildo Catedral haga exequias por un torero... Pues, ¿qué? ¿No sois vosotros los que aplaudís a los toreros y los jaleáis; los que los aduláis, formándoles corte hasta las mismas gradas del Trono”.

¿Quién se atrevería hoy, casi un siglo después a realizar ese ejercicio de verdadera libertad de expresión que permanece cargado de rabiosa actualidad? La nobleza de la época, aglutinada en la Real Maestranza tampoco podía perdonar a Joselito su impulso a la efímera Monumental que entendieron como un ataque a la exclusividad del viejo coso del Baratillo, que tuvo que soportar ferias paralelas en la breve vida del nuevo recinto, del que aún se levanta un exiguo resto arquitectónico en la acera izquierda de la actual avenida de Eduardo Dato.

Muñoz y Pabón, cien años después (y II): El Rocío, la Macarena y... Joselito
La pluma de oro regalada por Muñoz y Pabón forma parte de la iconografía de la Esperanza Macarena.

La pluma de oro

La trascendencia taurina y social de Joselito hizo el resto. Aquel valiente artículo del canónigo de Hinojos -que los tenía bien puestos- fue recompensado con una pluma de oro costeada por suscripción popular. Pero Muñoz y Pabón quiso ofrendar aquel regalo a la Esperanza de la Macarena después de intentar trocarlo por una limosna de trigo para los pobres: “Sea el obsequio una pluma. Y de oro... pero póngasela un alfiler, que la convierta en imperdible o broche, para sujetar con ella el cíngulo de la Esperanza”.

Desde entonces, esa pluma de oro forma parte del atavío y el aderezo más inconfundible de la Esperanza en sus cultos más solemnes junto a la corona de la joyería Reyes y las mariquillas de esmeraldas compradas en París por el grandioso torero sevillano. Se estaba cerrando una pequeña y hermosa historia de fidelidad y devoción pero, más allá de esos afectos, se estaba redondeando un auténtico milagro artístico, estético y devocional que alentaron un puñado de hombres fundamentales entre los que se encontraba Muñoz y Pabón, un personaje irrepetible que, con aquella pluma de oro, estaba firmando su despedida del mundo. Ahora hace un siglo.