¿Comer menos grasas saturadas previene las enfermedades cardiovasculares?

Nutrimedia ha querido responder a esta cuestión con hechos científicos y mostrar a los consumidores algunas fórmulas para reducir el consumo de grasas saturadas en nuestra dieta.

¿Comer menos grasas saturadas previene las enfermedades cardiovasculares?

¿Comer menos grasas saturadas previene las enfermedades cardiovasculares? / Beatriz García Contreras

Beatriz García Contreras

Los efectos secundarios del consumo de grasas saturadas de origen animal llevan años estando en el punto de mira, relacionándose con diversos tipos de enfermedades como las cardiovasculares. Este tema se ha tratado en muchos medios de comunicación en gran cantidad de ocasiones, pero ¿es cierto que el consumo de este tipo de grasa está relacionado con las enfermedades cardiovasculares?

Desde Nutrimedia han querido responder a esta cuestión para ayudar al público y al consumidor a escoger mejor los alimentos de su dieta y poder reducir el consumo o no de ciertos productos que puedan llegar a ser perjudiciales para la salud. “En esta evaluación, abordamos la pregunta de si la reducción de grasas saturadas previene las enfermedades cardiovasculares, añadiendo como información complementaria las diversas formas prácticas de reducir y sustituir las grasas saturadas en la dieta, de acuerdo con la evidencia científica analizada”, explica el equipo.

Los resultados de los estudios analizados en esta evaluación indican que reducir el consumo de grasas saturadas durante al menos dos años puede reducir ligeramente el riesgo cardiovascular. Esto no es incompatible con que esta reducción del riesgo cardiovascular no afecte a la mortalidad por cualquier causa, o específicamente cardiovascular. “Esta reducción, expresada con números absolutos, significa que si 56 personas sin enfermedades cardiovasculares, o 53 personas que ya tienen alguna enfermedad cardiovascular, reducen su ingesta de grasas saturadas durante unos cuatro años, una persona evitará un episodio cardiovascular (ataque cardíaco o ictus) que de lo contrario habría experimentado”, esclarecen desde Nutrimedia.

En conclusión, la evaluación señala que los beneficios para la salud surgen de la sustitución de las grasas saturadas por otros nutrientes (grasas poliinsaturadas, carbohidratos o alimentos con almidón). De acuerdo con los resultados de los estudios, cuanto mayor fue la disminución de las grasas saturadas y la reducción del colesterol total sérico, mayor fue la protección contra los episodios cardiovasculares.

De igual forma, “las personas actualmente sanas parecen beneficiarse tanto como los que presentan un mayor riesgo cardiovascular (por ejemplo, pacientes con hipertensión, colesterol en sangre alto o diabetes), así como los pacientes que ya han presentado episodios cardiovasculares, como ictus o infarto de miocardio. No hay diferencias claras en el efecto entre los hombres y las mujeres”, añaden.

Por lo tanto, la evaluación realizada permite concluir que, en general, un menor consumo de grasas saturadas influye poco o nada en la mortalidad, pero es probable que reduzca ligeramente el riesgo de episodios cardiovasculares, como ictus o infartos de miocardio. “Este probable beneficio se ha observado en estudios controlados aleatorizados realizados con un mínimo de 50.000 participantes, en los cuales la reducción del consumo de grasas saturadas se mantuvo durante al menos dos años. La reducción de la ingesta de las grasas saturadas se sustituyó por grasas poliinsaturadas, monoinsaturadas, proteínas o carbohidratos”, esclarecen.

Entre las formas prácticas de reducir las grasas saturadas en la dieta se encuentran “el cambio a alimentos lácteos con menor contenido en grasa y la reducción del consumo de grasas cárnicas, así como el de alimentos con alto contenido en grasas saturadas, como pasteles, galletas, tartas y bollería, mantequilla, ghee [gui, un tipo de matequilla clarificada o ligera de origen hindú], manteca de cerdo, aceite de palma, embutidos y carnes curadas, quesos duros, nata, helados, batidos y chocolate”, según se indica en la revisión Cochrane realizada por el grupo de Lee Hooper, publicada en agosto de 2020 y utilizada como referencia en esta evaluación.

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