La Semana Santa de Federico García Lorca

Tras vestir el hábito nazareno siendo un niño, Lorca descubrió la Semana Santa de Sevilla en 1921, plasmando sus impresiones en artículos y versos que quedarían para la historia 

La Virgen de la Macarena y el poeta Federico García Lorca.

La Virgen de la Macarena y el poeta Federico García Lorca. / Archivo El Correo

Antonio Puente Mayor

Antonio Puente Mayor

«Cristo moreno pasa/ de lirio de Judea/ a clavel de España». Estos versos, de clara influencia machadiana y pertenecientes al Poema de la Saeta, son una pequeña muestra de la producción lorquiana en relación con la Semana Santa. Y es que el poeta nacido en Fuente Vaqueros en 1898, además de escribir sobre el amor, la frustración o la muerte, dejó para la posteridad textos dedicados a una de las fiestas más queridas por los españoles: la Semana Santa. En este caso concreto, Federico García Lorca recurre al repertorio de saetas cuarteleras —algunas de las cuales aún pueden escucharse por las calles de Puente Genil— para crear una composición popular incluida en su obra Poema del cante jondo, escrita en 1921 pero publicada diez años más tarde. Dicha composición, que consta de ocho partes (Arqueros, Noche, Sevilla, Procesión, Paso, Saeta, Balcón y Madrugada) surgió tras una visita a la capital andaluza en marzo de 1921. Ese año, Federico, acompañado de su hermano Francisco y el músico Manuel de Falla, descubrió la Semana Santa de Sevilla en todo su esplendor; en primer lugar asistiendo al tradicional Miserere de Hilarión Eslava —desde 1835 se celebraba en la Catedral el Miércoles Santo—, y posteriormente disfrutando de las procesiones en la plaza de la Campana.

"Extraños unicornios"

Ni que decir tiene que aquella experiencia dejaría una profunda huella en aquel joven de veintitrés años; especialmente la interpretación de saetas por tonás y siguiriyas a cargo de Manuel Torre, La Niña de los Peines o El Gloria —quince meses después, coincidiendo con la festividad del Corpus Christi, el poeta y el compositor inaugurarían en la Alhambra el famoso Concurso de Cante Jondo que revolucionaría el flamenco—. Asimismo, y tal y como nos relata el investigador Rafael Roblas, de aquella primera incursión en la Semana Santa hispalense, Lorca atesoraría dos anécdotas: un episodio de claustrofobia en mitad de una bulla, y el enfrentamiento que su amigo Falla sostuvo con un nazareno por pronunciar palabras irreverentes. Aquí va otro bosquejo de aquellas procesiones sevillanas de 1921 en lenguaje lorquiano: «Por la calleja vienen/ extraños unicornios./ ¿De qué campo,/ de qué bosque mitológico?/ Más cerca,/ ya parecen astrónomos./ Fantásticos Merlines/ y el Ecce Homo,/ Durandarte encantado/ Orlando furioso».

Un nazareno en la Campana en 1935. Pierre Verger

Un nazareno en la Campana en 1935. Pierre Verger / Pierre Verger

Conferencia en calle Sierpes

La segunda visita a nuestra ciudad del autor de La casa de Bernarda Alba tuvo lugar en 1927, invitado por el torero Ignacio Sánchez Mejías y con motivo del tricentenario del poeta Luis de Góngora. Fue en esta ocasión cuando, finalizada la primera sesión de homenaje en el Ateneo de Sevilla, Eduardo Rodríguez Cabezas, alias Dubois, tomó la célebre fotografía que inmortalizaría a la Generación del 27.

Una instantánea que, como curiosidad, fue realizada en la madrugada del 16 al 17 de diciembre de 1927 tras la mesa del salón de actos de la Sociedad Económica de Amigos del País, ubicada en la calle Rioja, siendo publicada el día 18 en la portada del diario La Unión. Según apunta el periodista José María Rondón, dicha instantánea fue replicada por Juan José Serrano, reportero gráfico de El Noticiero Sevillano, y por una tercera persona que se desconoce, pero que pudiera ser Pepín Bello, compañero de Lorca en la Residencia de Estudiantes.

Semana Santa de Sevilla de 1935 inmortalizada por Robert Capa

Semana Santa de Sevilla de 1935 inmortalizada por Robert Capa / Robert Capa

Cinco años después, el poeta granadino retornaría a Sevilla para impartir una conferencia en el Salón Imperial de la calle Sierpes —posteriormente Teatro Imperial—. En esta ocasión, el creador de Romancero Gitano acudió en calidad de invitado del Comité de Cooperación Intelectual, impresionando a la sala por sus conocimientos sobre cante jondo —Pastora Pavón fue una de las protagonistas de aquella disertación—. Finalmente, Lorca se despediría de Sevilla en el año 1935, llegando a la ciudad un Miércoles Santo y continuando hasta la Feria de Abril —en esas mismas fechas, el célebre reportero de guerra Robert Capa y el etnólogo Pierre Verger inmortalizaban la Fiesta Mayor—. Esta vez su anfitrión fue el recién nombrado director-conservador del Real Alcázar Joaquín Romero Murube, cuya amistad con Lorca se traduciría en los poemarios Siete romances (1937), Canción del amante andaluz (1941) y Kasida del olvido (1945).

La devoción por la Macarena

Junto al futuro pregonero de la Semana Santa de Sevilla —Romero Murube pronunció el primer pregón literario dedicado a las cofradías en 1944—, el poeta de Fuente Vaqueros vivió una de sus experiencias más mágicas desde que vistiese por primera vez el hábito nazareno siendo apenas un niño (su debut tuvo lugar en el Santo Entierro de Granada). Curiosamente, y como si quisiese cerrar un círculo, meses antes de su muerte, Lorca volvería a procesionar por las calles nazaríes, concretamente en el cortejo penitencial de Santa María de la Alhambra, pronunciando a su vez el Pregón de la Semana Santa del Sacromonte, en abril de 1936.

Cartel de las Fiestas de Primavera de Sevilla de 1921

Cartel de las Fiestas de Primavera de Sevilla de 1921 / Archivo El Correo

Cuenta el escritor Daniel Pineda Novo que el creador de obras inmortales como Yerma, Bodas de sangre o Doña Rosita la soltera, pese a haber debutado como nazareno en su querida Granada, sentía una especial devoción por la Esperanza Macarena. Tanta que en un poema dedicado a su amigo Pepín Bello, al que tituló Tardecilla de Jueves Santo (1924), la evocó con ese gusto popular del que solía hacer gala («Pepín: ahora mismo en Sevilla / visten a la Macarena»). Dichos versos, sumados al artículo Semana Santa en Granada —el cual iba recogido en su libro Impresiones y paisajes— confirman su debilidad por la Señora de San Gil, siendo definidos sus ‘armaos’ como jacarendosos y Ella misma como maravillosa.

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