Asunción de la Virgen
Sevilla arropa a la Virgen de los Reyes bajo un cielo inmaculado y con la mirada en diciembre
Como manda la tradición, la Patrona de la ciudad y su Archidiócesis salió por la Puerta de Palos a las ocho de la mañana y deleitó a miles de devotos hasta su ingreso en la Catedral, pasadas las nueve y media
La primera mención a la “Asunción” aparece en el siglo IV, cuando en la liturgia oriental se celebraba la fiesta del Recuerdo de María, que conmemoraba su ingreso en el cielo. Dos centurias más tarde esta celebración pasó a llamarse la Dormición de María, siendo desarrollada la doctrina a partir del siglo XII con el apoyo de teólogos como San Agustín o Santo Tomás de Aquino. No obstante sería el Papa Pío XII quien declararía la Asunción como dogma de fe en 1950, estableciendo su fiesta el 15 de agosto.
Esto no fue sino la confirmación de una tradición multisecular que venía impulsando a miles de peregrinos a acudir al centro de Sevilla para arropar a su Patrona, la Virgen de los Reyes, al amanecer de dicha jornada. Así ocurrió durante todo el siglo XX y así llegó a nuestros días, cuando la salida de la Alcaldesa Perpetua de la ciudad aparece marcada en rojo en el calendario hispalense.
Esta vez la espera de los devotos será más corta porque de forma extraordinaria la Virgen de los Reyes volverá a salir a las calles de Sevilla el próximo diciembre, dentro del cortejo de la Magna prevista para el día 8 de ese mes.
Un cortejo de 300 personas
Este 15 de agosto, y como viene siendo habitual, la procesión dio inicio a las 7.30 de la mañana desde el corazón de Santa María de la Sede, la Catedral cuya Puerta de Palos sirvió de pórtico a una de las festividades más queridas por los sevillanos. Engalanada con los nuevos gallardetes en tejido azul y astas con el NO8DO instalados por el Ayuntamiento, y ante la presencia de decenas de personas que se apostaban en el entorno de la Plaza Virgen de los Reyes y la calle Cardenal Amigo Vallejo desde antes de las siete, los niños carráncanos que encabezaban la comitiva —el término “carráncano” procede de “arrancar” la procesión— comenzaron a caminar a las 7.40, coincidiendo con los primeros compases de la Banda Sinfónica Municipal de Sevilla y la Música del Cuartel del Ejército de Tierra. Tras los niños, ataviados con su clásico casco de metal que nos retrotrae al Barroco, un bosque de cirios repartidos en la nave del Lagarto y portados por la Asociación de Fieles, a los que se sumaron el resto de miembros del cortejo —300 en total—, precedió la salida de la Señora, que este año iba ataviada con el manto rojo regalado por la Duquesa de Montpensier, al encontrarse el verde en restauración —la última vez que salió con esta pieza rojiza fue en el año 2016—.
Mil varas de nardos y quinientos tallos de astromelias
Ecos femeninos en la Salve Regina —hasta el siglo XXI sólo cantaban escolanos en la procesión— ejercieron de prólogo al momento más esperado: el repique de campanas de la Giralda que anunciaba que la Patrona volvería a reinar en la calle. Hasta cuatro minutos debieron aguardar los fieles este intante, con el paso de tumbilla detenido por la familia Bejarano a pocos metros de la puerta —cuatro generaciones al frente de este martillo—, haciéndose efectivos los sonidos de Tercia a las ocho de la mañana. Luz, emoción y cientos de cámaras dieron color al paisaje que recibió a la imagen de vestir más antigua de la ciudad, la cual iba exornada con mil varas de nardos y quinientos tallos de astromelias de Córdoba y Ecuador colocados por José y Manuel Ramos Ramitos. Ha sido la última vez que la Reina procesiona bajo el palio de Juan Talavera, que tras cumplir un siglo de vida será sustituido en 2025. Otra de las novedades de la jornada fue la ausencia del alcalde de Sevilla, José Luis Sanz, quien no pudo participar en la procesión por un esguince de tobillo, incorporándose tiempo después para la Misa Estacional.
Piedras preciosas únicas
Silencio en la trasera del paso portado por veinte costaleros al abandonar la plaza, adultos y niños persignándose y sonrisas en los rostros del arzobispo José Ángel Saiz Meneses, los obispos auxiliares Teodoro León y Ramón Valdivia, o los canónigos Marcelino Manzano y Antonio Bueno, exultantes tras el éxito de los cultos celebrados entre el 6 y el 14 de agosto. Más sonidos de campanas en la primera de las “posas” o giros hacia la presidencia eclesiástica en la calle Cardenal Amigo —el prelado siempre en el recuerdo—, volutas de incienso y rezos dirigidos al rostro de una efigie cuya corona posee piedras preciosas únicas, como el cuerpecito de un ángel realizado en una perla berrueca colocada en el frontal de la presea. Otros detalles admirados por propios y extraños fueron el fajín de teniente general del infante don Carlos, el bastón de mando situado en la delantera del paso, y la medalla y las llaves de oro de la ciudad; aditamentos que en ningún caso eclipsan la sonrisa de una imagen que, ejerciendo de bisagra entre el románico y el gótico, sigue el modelo iconográfico francés que también puede apreciarse en la Virgen de las Aguas del Salvador o la Patrona de los Sastres de San Ildefonso.
Una talla articulada
Nadie sabe a ciencia exacta quién gubió a la Virgen de los Reyes, dando pie a innumerables leyendas desde la conquista de la ciudad —algunas teorías apuntan a que fue un regalo de San Luis Rey de Francia a su primo Fernando III el Santo—, pero sí podemos intuir el impacto que causaba en la Edad Media. Y es que además de presidir oficios y procesionar por las calles de la ciudad —fue la primera en cruzar el puente de barcas y visitar Triana— poseía la capacidad de bendecir, mover la cabeza e incluso levantarse de su trono para asombro del pueblo. La razón hay que buscarla en tiempos de Alfonso X el Sabio, cuando su talla articulada, estudiada por el profesor José Hernández Díaz, debió fascinar a cuantos la veneraban. Dicho mecanismo se halla inutilizado en la actualidad, lo cual no es óbice para que los fieles llegados desde toda la provincia experimenten la sensación de una Virgen cercana, que parece entregarse a sus hijos mientras porta al Divino Jesús.
"Maciza espiga enjoyada"
Rayos de sol en el giro de Alemanes, cielo azul inmaculado y un mar de devotos que poblaba la Avenida de la Constitución y que parecía fundirse con el Arquillo del Ayuntamiento. Eran las 8.45 de la mañana y la Patrona de Sevilla y su Archidiócesis, Trono de Sabiduría, ya había recorrido buena parte de su recorrido haciendo ciertos los versos del poeta Juan Sierra: “Maciza espiga enjoyada/ del sol y de pedrería;/ soberana de alegría,/ promesa en blanco bordada”. Cerca de las nueve, y cuando la Virgen continuaba “circunnavegando” la Catedral, Francisco Javier Gutiérrez Juan pidió a los músicos de la Banda Municipal que interpretasen Esperanza Macarena, de Pedro Morales, marcha que deleitó a los presentes e hizo vibrar a un director que acaba de perder a su esposa.
Ella también estuvo presente en las oraciones dirigidas a la Señora, que volvió a hacer una “posa” en Fray Ceferino González antes de continuar hacia el entorno del Archivo de Indias. Brillo en el pecherín de brillantes que estrena restauración —excelente trabajo de la joyería El Oribe, de Jerez de la Frontera—, cabellos de hilo de oro bajo la toca y un halo de misticismo que trasciende fronteras y épocas. Finalmente, y cuando la procesión hubo transitado por la Plaza del Triunfo de manera ágil y solemne e ingresado en las naves catedralicias por la misma puerta por la que había realizado la salida —gozosas las campanas de la Giralda al recibir a una comitiva presenciada con respeto por miles de personas—, Sevilla posó por última vez sus ojos en la efigie de madera de alerce, la cual fue colocada delante del altar del Jubileo para la celebración pontifical. Un quince de agosto más, y con el estío acariciando su culmen, se hizo realidad esa frase de Dostoievski que reza: “Hay momentos en que el tiempo se detiene de repente para dar lugar a la eternidad”.
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