Los Reyes Magos de Oriente: una historia a través de los siglos
Desde sus primeras menciones bíblicas hasta las leyendas que los rodean, desvelamos el posible origen y la evolución de estos enigmáticos personajes
Para hallar las primeras aproximaciones bíblicas a los Reyes Magos, hemos de acudir al Antiguo Testamento, concretamente al Libro de los Salmos, donde se dice textualmente: “Los reyes de Tarsis y de las islas le paguen tributo. Los reyes de Saba y de Arabia le ofrezcan sus dones”. Tres lugares que, desde hace siglos, han sido relacionados con estos sabios astrónomos cuya presencia en los Evangelios se reduce a una breve mención de San Mateo.
En busca de su origen
La primera mención a Tarsis se encuentra en el Libro del Génesis, y aparece como uno de los lugares poblados por los descendientes de Noé. Comúnmente ha sido identificada con la Tartessos de Huelva, colonia fenicia famosa por sus metales. No en vano, Jeremías menciona la plata “refinada de Tarsis”, y Heródoto se hace eco del florecimiento económico de Tartessos (algo que confirman los lingotes de plata con letras tartesias hallados en la costa de Israel).
En cuanto a Saba, este feudo africano se relaciona con una mujer mencionada en el Libro de los Reyes que viajó hasta Jerusalén para conocer a Salomón: la mítica reina de Saba. Procedía de Etiopía e iba acompañada de un gran número de criados, cortesanos y camellos cargados con especias, joyas y otros obsequios, de los cuales hizo entrega al monarca de 3960 kilos de oro, piedras preciosas y gran cantidad de perfumes.
Por último, el Libro de los Salmos cita a los reyes de Arabia, que la mayoría de investigadores relacionan con Seba (al suroeste de la región). Conocida por su oro, perfumes e incienso —es citada por Isaías, Jeremías y Ezequiel—, por el testimonio de geógrafos de la antigüedad, sabemos que su capital se llamaba Marib y mantenía un intenso tráfico comercial con la India y con Etiopía.
Dos años de viaje
El historiador Franco Cardini, al referirse a los Magos, piensa en un grupo de sacerdotes persas o astrólogos árabigo-caldeos, probablemente babilonios, que estudiaban el curso de los astros y su relación con la Historia de la Humanidad. Teniendo en cuenta que el término griego magoi viene a designar a “hombres de clases educadas varias”, hemos de deducir que los magos serían consideradas figuras de nacimiento noble, ricos e influyentes. Es decir, filósofos o consejeros de la realeza, entendidos en toda la sabiduría del antiguo Este.
Representados por primera vez, a modo de fresco, en la Capella Greca de las catacumbas de Priscila, en la Vía Salaria de Roma (siglos II-III), el viaje de los Magos pudo ser de 1300 kilómetros, por lo que en el Pseudo Mateo, apócrifo redactado en la segunda mitad del siglo VI, se afirma que dichos señores no llegaron a adorar a Jesús en Belén al poco de nacer, sino más bien al cabo de veinticuatro meses y en Nazaret. Algo que entraría en relación con la orden de Herodes de asesinar a todos los niños menores de dos años.
La Caverna de los Tesoros
Otros textos donde aparecen los legendarios personajes son el Códice de Roda, manuscrito navarro redactado en el siglo X, y el códice Hereford, texto británico del siglo XIII basado en el Protoevangelio de Santiago (alrededor del 150). Ambos ofrecen la descripción detallada más antigua que se conserva de los Magos: ataviados con calzones sarabare, típicos de Irán, amplios vestidos y piel oscura. O lo que es lo mismo, a la moda persa o escita. Por cierto que el cambio de los gorros, que en las primeras centurias siempre fueron frigios, se lo debemos a Cesáreo, arzobispo de Arlés (siglos V-VI). Él fue el primero en colocarles las coronas propias de su realeza.
Pero las referencias no acaban aquí. Precisamente en el Libro de la Cueva de los Tesoros (escrito en lengua siríaca de finales del siglo VI, que busca probar que Cristo desciende del primer hombre), se dice que los presentes habían sido depositados por Adán en Persia, concretamente en el monte Nud (que significa ‘paraíso’), para que fuesen llevados al Mesías.
¿Tres o más?
Tras postrarse ante el Niño, la Virgen María haría entrega a los Magos de uno de los pañales recién usados por Jesús, con el que emprendieron el regreso a su patria. Allí honraron el regalo encendiendo un fuego y arrojándolo a las llamas. Al no sufrir desperfectos, todos reconocieron su carácter sagrado. El relato zoroátrico incluye un dato sobre los adoradores de Cristo que nos hace dudar del número: “Alguien opinó que fueron tres, según el número de los dones, otros dijeron que eran doce hombres, hijos de sus reyes; y otros aseveraron que eran diez (…)”.
El Padre de la Iglesia Tertuliano fue el primero en citarlos como “Reyes”, mientras que el teólogo Orígenes (ambos del siglo III) fue quien estableció el número definitivo en tres. Precisamente son tres los Magos que aparecen en el sarcófago paleocristiano de Layos (siglo IV), el más antiguo en representar la Adoración de los Magos de la península Ibérica. Este fue hallado en un mausoleo de la villa toledana del mismo nombre, y hoy se custodia en el museo de Frederic Marès, en el Barrio Gótico de Barcelona. Otra pieza que merece la pena mencionar es el mapa de Juan de la Cosa (siglo XV), donde también aparecen tres magos a caballo.
Melchior, Gathaspa y Bithisarea
Para hallar los nombres de los Reyes Magos hemos de retrotraernos a la Alejandría de finales del siglo V, cuando una crónica griega, variante de la Chronica Alexandrina (siglo IV), cita a Melchior, Gathaspa y Bithisarea. Por su parte, en el Evangelio Armenio de la Infancia aparecen como Balthazar, Melkon y Gaspard, nombres más cercanos a los Gaspar, Melchior y Balthassar que pueden leerse en el mosaico de la basílica de San Apolinar el Nuevo, en Rávena (Italia), del siglo VI.
En dicho templo, los magos se representan vestidos al estilo persa y los tres son de raza blanca, pues no será hasta el siglo XVI cuando se introduzca la figura del rey negro. Así, los tres continentes antiguos (Europa, Asia y África) son aludidos por cada uno de los Reyes Magos como muestra de aceptación hacia el Mesías. Por último, el historiador benedictino Beda el Venerable, a caballo entre los siglos VII y VIII, establece que los monarcas encarnen las tres edades del hombre (juventud, madurez y vejez) y determina qué regalo entregó cada uno.
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