Sevilla
Catorce metros cuadrados y 70 años de antigüedad: la historia de la churrería de Triana sin nombre
Un vecino del barrio reabrió la calentería de la calle Santa Cecilia, un local en el que se han frito patatas y churros desde mediados del siglo XX
La churrería de Francisco Javier Martínez es tan de barrio, que no le hace falta nombre. “Todo el mundo la conoce en Triana como Santa Cecilia por la calle donde está”, cuenta el dueño. Ocupa un espacio mínimo, eso sí: 14 metros cuadrados en total. Y ahí, en el poco sitio que dejan cajas, muebles y utensilios, fríe calentitos y patatas cada mañana para los vecinos.
“La verdad que no me da agobio trabajar aquí porque tengo una ventana muy grande”, comenta Martínez con una sonrisa. Grande en proporción con el resto del local, claro. Solo, detrás una vitrina con una rueda de churros que le llega al pecho, este trianero reconoce que lo único que le pesan son las horas: “Me llevo mucho tiempo metido en este local, despachando y preparando de manera artesanal tanto las papas como los calentitos”.
Así lleva Francisco Javier desde que adquirió el establecimiento, hace ya nueve años. “Vivo en el bloque de al lado, y vi que estuvo cerrado un par de años. En aquel momento me quedé parado después de mucho tiempo currando en un obrador de repostería, así que me pareció buena idea volver a abrirlo”, explica Martínez. “Además, tenía experiencia en esto: mi primer oficio fue el de churrero cuando era adolescente”, añade.
Un local con 70 años de historia
Este pequeño comercio de la calle Santa Cecilia forma parte de Triana desde mediados del siglo XX, según calcula el actual propietario. Y en todo este tiempo nunca ha cambiado su finalidad: “Conozco este sitio de toda la vida, y siempre se han vendido patatas y churros aquí”, afirma.
El local que hoy regenta Francisco Javier Martínez conserva la misma esencia de antaño. “No he cambiado nada, está todo tal cual se montó hace 70 años. Es un negocio histórico de la zona”, dice este churrero. “Podía haber cambiado la fachada o los azulejos de mosaico, pero preferí dejarlo todo tal como estaba cuando era chico”.
“Niño, ¿te quedan bolsas chicas de papas? Si no, luego me paso cuando termine de comprar”. “Oye, ¿tu mujer cómo anda?”. Frente al mostrador se suceden conversaciones con la confianza que solo dan el tiempo y la cercanía. Estudiantes, padres con sus hijos o abuelos de vuelta a casa tras el paseo de mediodía: la clientela que tiene Francisco Javier es muy variada. Y del barrio, claro.
“Es muy bonito cuando se acercan personas mayores y te cuentan que venían hace muchísimos años. O escuchar a emigrantes que, al pasar por aquí, dicen que les trae recuerdos de su infancia”, apunta Martínez, de 54 años. “Me gusta mucho escuchar esas historias. Te recompensa”.
Franquicias y comercios de barrio
Son cerca de las 12 y Raquel Márquez, joven periodista en paro, se ha acercado a por un papelón. “Vengo de vez en cuando, cuando me apetece un desayuno calentito de chocolate y churros”, señala. Como Francisco Javier, ella también es de Triana, y ha crecido con el olor a fritura al pasar por este local.
“Un poco más adelante, en la calle San Jacinto, hay una franquicia. Pero no es lo mismo que venir a este sitio, que sé que los churros están buenos, son asequibles y los de toda la vida”, asegura Márquez, que no llega a la treintena. “Aquello es como si vas al McDonald’s a comer: de vez en cuando, vale, pero yo prefiero quedarme aquí, en el local de mi barrio”.
Hace ocho años que cerró la famosa calentería del Arco del Postigo, que se mantuvo abierta durante cuatro generaciones. Su lugar lo ocupó entonces una empresa turística, que montó allí una oficina. La churrería de Francisco Javier resiste 70 años después de su apertura a pesar de la proliferación de las franquicias y a los efectos del turismo desmedido. “Somos de Triana de toda la vida y este local forma parte de ella”, comenta. Frente a la impersonalidad, a la clónica apariencia de muchos sitios nuevos, los negocios de barrio tienen una ventaja: “Aquí todo es más familiar”.
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