Gastronomía
Drama Wings: de cocinar en estrellas Michelin a freír alitas de pollo en la Alameda
Abel del Val y Nicole Viveros abrieron su local en Sevilla después de años en restaurantes de alta cocina, un sector que dejaron para ganar en tranquilidad y estabilidad emocional
En un local en el que solo caben unas cuantas sillas altas, entre botes de salsas, cuencos y neveras industriales, Abel y Nicole fríen alitas de pollo. Antes elaboraban esferificaciones y demás palabros de gastronomía vanguardista, pero ahora fríen alitas. "Quizás no es lo que una sueña cuando empieza a estudiar cocina, pero abrir este negocio ha sido incluso más satisfactorio que trabajar en restaurantes de renombre", admite Nicole Viveros, copropietaria de Drama Wings, un sitio cercano a la Alameda de Hércules especializado en este aperitivo estadounidense.
Nicole y Abel del Val, el otro socio, se conocieron en la escuela de hostelería Le Cordon Bleu de Madrid. Ella estudiaba repostería y él, cocina. Tras terminar la formación, ambos pasaron por fogones reconocidos con estrellas Michelin. La cima de la profesión para muchos. Sin embargo, la realidad laboral que se encontraron difuminó la inocente vocación inicial: "Después de mucho tiempo de experiencia, veo la alta cocina como una suerte de esclavitud celebrada por la sociedad", asevera del Val, de 33 años.
"El trato es deshumanizante, absurdo. En este tipo de sitios el empleado asume que tiene que echar el tiempo que haga falta", critica Abel del Val. Este sevillano, además de jornadas eternas, también tuvo que soportar tratos degradantes: "En un restaurante de estos cometí un fallo y me cayó una bronca tremenda, me encerraron en el almacén 20 minutos y luego me pusieron a limpiar. Ahí fue cuando dije: 'Se acabó'".
"El punto de inflexión en mi caso fue cuando noté que la estabilidad mental dependía más del trabajo que de cualquier cosa. Y esa estabilidad no existía", cuenta Nicole Viveros. "Pasé un tiempo con ansiedad hasta que me di cuenta que valía más mi vida que matarme por un curro que ni era mío ni estaba bien recompensado", recuerda esta cocinera colombiana de 28 años.
Alitas jugosas hechas a baja temperatura
"Por suerte o por desgracia, lo nuestro con la gastronomía es vocacional", comenta Abel. Así se explica que ninguno de los dos quisiera desvincularse de la hostelería, a pesar de los palos. "Me encanta trabajar con las manos, cocinar, dar de comer a la gente y que se vaya feliz. Me parece lo más bonito del mundo", añade. Justo por eso en junio de 2023 abrieron Drama Wings.
Desde el principio tuvieron claro que el negocio debía funcionar solo con el trabajo de los dos. "Pensamos en un producto sencillo, que pudiésemos tratar de la mejor manera, aplicando los conocimientos que hemos adquirido a lo largo de este tiempo", detalla del Val. "Además, en Sevilla hay muchos bares con alitas, pero ninguno que se dedique en exclusiva a prepararlas. Queríamos que cuando a alguien le apeteciera comerlas, se acordara de nosotros", apunta Viveros.
En este local de la calle Correduría las alitas de pollo están tiernas y jugosas. La clave, hacerlas primero a baja temperatura, freírlas y bañarlas luego en alguna de las 10 salsas que elaboran de forma casera, desde la clásica y picante Buffalo, a una con chipotles o con ajo y parmesano. "También tenemos chunks -trozos- de pechuga empanados, o vegetales, preparados con coliflor", detalla Nicole. Después de años de caviar, ostras y ternera, estos dos chefs decidieron dignificar un producto humilde, al alcance de cualquiera.
Calidad de vida y tranquilidad
"Abrimos con miedo porque Sevilla es muy suya, y te acepta o no", reconoce la copropietaria de Drama Wings. "Aunque la verdad que nos hemos sentido bastante acogidos, a la gente le ha gustado". Hace casi un año de la apertura, y aquel proyecto que idearon para tener al fin estabilidad laboral parece ya asentado.
"Nos gustaba esta zona porque en la Alameda hay muchas personas de paso, pero al final esto no nos sirve de nada. Hemos visto que la gente viene porque quiere venir y porque les gusta lo que hacemos", declara Abel del Val. Esta nueva ocupación, admite este cocinero del barrio de Pino Montano, conlleva más responsabilidades, "pero también te da una calidad de vida y una tranquilidad que no te la paga ningún trabajo".
Es un día entresemana de mayo, y el calor se empieza a notar en la capital de Andalucía. "Hoy parece que hay poco movimiento", deja caer del Val. Poco después, entran dos hombres de unos cuarenta años que piden "lo de siempre". El teléfono comienza a sonar, varios pedidos a domicilio. Nicole y Abel fríen alitas y patatas. Atrás quedan los tiempos de las pinzas, el obulato y los platos refinados. Ahora curran para ellos, se reparten los días y charlan cara a cara con el cliente. Antes tenían la reputación profesional que da un local estrellado, ahora algo mucho más valioso y reconfortante: felicidad.
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