Los últimos de Sevilla (VII)

Luis Aguilar, el carbonero de la calle Parras que vende picón y botellines

Muy cerca de la basílica de la Macarena está el único despacho de carbón que queda en toda la capital andaluza, un local con más de un siglo de historia que aún ayuda a calentar las casas de los sevillanos

Luis Aguilar en el despacho de su carbonería

Luis Aguilar en el despacho de su carbonería / ROCÍO SOLER COLL

Carlos Doncel

Carlos Doncel

Cisco de picón, carbón y leña. Todo en el local de Luis Aguilar, desde el suelo hasta las ventanas, está cubierto de ese tizne negro que dan estos combustibles. Y de telarañas de cuento de terror, de braseros, badilas y herramientas. La Carbonería Parras, situada en el número dos de la calle homónima, desprende un aroma auténtico en un centro histórico cada vez más artificial. Su dueño echa el verano demasiado tranquilo, con lo justo cada mes, pero a este negocio, el único que hay en Sevilla, aún le quedan unos años por delante.

"En este lugar había antes un molino de trigo, y mi abuelo lo convirtió en almacén de carbón hace más de un siglo. Aquí guardaba lo que necesitaba para abastecer las tiendas que tenía en San Luis y San Marcos", cuenta Luis Aguilar. Este empresario de 57 años narra la historia de su local y a la vez dibuja una ciudad pasada en la que el hollín estaba mucho más presente. "Antes había una carbonería en cada calle, incluso en Parras había dos. Los vecinos compraban el cisco como el que iba a por el pan".

Hoy la situación es diferente. De aquellos despachos de leña y carbón que calentaban Sevilla solo queda el suyo. Y ni aun así la demanda es muy boyante: "En verano las ventas bajan mucho, cuesta llegar a fin de mes. Para compensarlo, se me ocurrió montar una asociación cultural con la que celebramos aquí todos los domingos actividades y ponencias; gracias a las bebidas que se consumen tengo ese ingreso extra". Su negocio, claro, no va solo de dinero.

Braseros, chimeneas y barbacoas

La satisfacción de ser la cuarta generación que vende cisco es mayor que los ahorros. "Yo aprendí a andar en este local, me he criado aquí desde pequeño. En cuanto salí de la escuela me metí en la carbonería a trabajar, y pasé a estar al frente cuando mi padre enfermó en la década de los noventa", recuerda Aguilar. "De chaval siempre tenía la cabeza llena de pajaritos, pero luego me di cuenta de que como estoy en este sitio, no iba a estar en ningún otro".

Y desde su mostrador vende sacos de leña por 11 euros, y el kilo por 1,30 de carbón y los dos modelos de cisco: de carbón y de picón, "que es menos denso y más fácil de encender, aunque no calienta tanto". Todo de encina, que le provee una compañía de Badajoz. "Hay mucha diferencia con lo que venden en los supermercados. Cuando viene algún cliente por primera vez y lo prueba, siempre me dice que no tiene comparación".

Los distintos tipos de combustibles que vende Luis Aguilar

Los distintos tipos de combustibles que vende Luis Aguilar / ROCÍO SOLER COLL

"El calor que da un brasero de cisco no lo da un aire acondicionado", asegura Luis. Esas estufas a las que la electricidad quitó protagonismo son en la actualidad su principal mercado. También las barbacoas y las chimeneas, "que se instalan últimamente mucho en las casas de lujo". "Aunque esas familias no la suelen encender a diario, como hacen en los pueblos, solo en ocasiones especiales y cuando tienen invitados", añade resignado.

La resistencia de un carbonero

Este espacio amplísimo y poco rentable es una defensa de la vida de barrio. Luis Aguilar mantiene en funcionamiento la última carbonería de toda Sevilla, la que heredó de su padre y abuelo, la de la calle Parras. Aunque resista a base de vender botellines, no piensa cerrarla hasta que se jubile en unos siete años.

El último carbonero de Sevilla utilizando una vieja balanza

El último carbonero de Sevilla utilizando una vieja balanza / ROCÍO SOLER COLL

"Esto se conserva porque no soy avaricioso. A mí cada dos por tres me ofrecen dinero para comprar el local", confiesa este macareno. "Por desgracia hay quien lo ha vendido para que monten alojamientos o restaurantes. Los propietarios salen ganando con el turismo, pero la ciudad pierde con ellos".

"Ahora en verano tengo todo el tiempo del mundo, solo vendo algo para las barbacoas y para los que se van de camping", comenta Luis Aguilar. Pero llegará el invierno y la rasca, los braseros, la mesa camilla. Y ahí estará Luis en el mismo local de siempre cargado de bolsas de picón. Igual que hace un siglo, y si nadie lo remedia, como hasta dentro de poco.